Sanz Delia Nieto - Volando Con Jessica стр 5.

Шрифт
Фон

—Gracias, Lara. Por tu amabilidad —digo.

Sante le hace el gesto del pulgar para arriba como signo de aprobación.

***

—¿Cómo va todo, chicos? —pregunto. Decido dar un gran rodeo.

—Antes de nada, brindemos por nosotros y por nuestro reencuentro —responde Aurelio, mientras llena los vasos con el vino espumoso de un delicado color rosa.

Brindamos chocando los vasos.

—Excelente —digo sinceramente, después de haberlo probado—. Se notan bien los aromas y los sabores afrutados y especiados.

—He abierto una botella de las buenas, y hay más. Sabes, la ocasión es especial.

—Has hecho algo bueno y justo —le dice Sante.

—Como decía: ¿qué tal va todo? —retomo la conversación.

—¿Cómo quieres que vaya? Como ves no estamos mal, tenemos clientes, aunque hoy es un día tranquilo. Pero echo de menos los helicópteros.

—Yo no tengo nada que decir —responde Sante—, salvo que más que los helicópteros lo que me falta es un salario mensual.

—¿Y tú? Tú sigues en el ajo: trabajas para aquella pequeña compañía en Alejandría, ¿verdad? —me pregunta Aurelio.

—Sí, trabajo, pero sólo cuando me llaman. Un poco como instructor y algún que otro vuelo. Todavía tengo el coche de aquellos tiempos. Menos mal que es un Volvo.

Un buen comienzo. Tienen la predisposición justa para intentar convencerlos y que acepten. Por encima de todo estoy contento de que Aurelio esté en tan buena forma, porque él se llevaría la mayor parte del trabajo físico y mental.

La comida está buenísima. Lo cual no me sorprende, puesto que sé que Lara es una cocinera excepcional. Hablamos del pasado común. Somos unos viejos compañeros que comen y beben, y los temas son los típicos de estas ocasiones: helicópteros, dinero, mujeres.

Estudiamos posibilidades de trabajo improbables, en Italia o en el extranjero. Espero antes de exponer mi propuesta. Quiero que hayamos agotado los otros temas para tener toda su atención.

—He leído que buscan pilotos y técnicos en Canadá. E incluso pagan bien —dice Sante.

—¿Sabes en qué condiciones trabajan? —pregunta Aurelio—. Vosotros sois demasiado viejos para transportar pasajeros, y solo os quedaría, admitiendo que lo necesitarais realmente, el trabajo aéreo. La concurrencia es grande y tienen unos horarios de trabajo terribles. Perdonadme que os lo diga, pero es duro incluso para los jóvenes.

—Pero tú eres mecánico y además eres más joven. Tú podrías.

—A lo mejor yo podría encontrar trabajo más fácilmente, pero los servicios en tierra en el norte de Canadá son un castigo demasiado grande para mí, que no he hecho nada malo para merecerlo,

—Aumenta la demanda en Brasil para las nuevas perforaciones petrolíferas en el mar.

—La canción es la misma, los pilotos ya no tenemos edad y él quiere acabar sus días sin tener que sufrir demasiado —comenta Sante. Aurelio asiente.

—¿Volviste a oír hablar de tu amigo americano? Me parece que se llamaba Bogard —pregunto a Sante.

—¿Bogard? —responde con una expresión maravillada.

—Sí. Aquel de quien me habías hablado cuando volviste de tu viaje a Tejas.

—Tienes buena memoria, habrán pasado veinte años. Su nombre es Robert. Déjame pensar... la última vez que hablé con él fue cuando me llamó hace cinco años más o menos. Estaba de paso en Suiza y pensaba que habríamos podido vernos. Pero no pudo ser.

—¿Sigue teniendo la misma organización?

—Hace cinco años, sí. Me dijo que estaba en Europa visitando los centros de mantenimiento principales.

—¿Solo mantenimiento oficial?

—Después habría ido a África, Sudán y Nigeria, creo, buscando contactos con organizaciones no gubernamentales que estuvieran interesadas en conseguir helicópteros.

—¿Organizaciones no gubernamentales? —pregunta Aurelio—. ¿Como Médicos Sin Fronteras o Emergency?

Sante explota en carcajadas.

—No tan humanitarias —dice, y hace una breve pausa—. ¿Estás entrando en materia? —Levanta un vaso de grappa en lo que me parece un brindis solitario de buenos auspicios.

—¿Sigues teniendo su número de teléfono? ¿Podrías volver a dar con él?

—Diría que sí. Creo que lo escribí en algún sitio. ¿Cómo es que te interesas tanto por él?

—Ahora os lo explico. Después me diréis si os puede interesar a vosotros y a cambio de qué.

—¡Lara! —llama Aurelio.

—¿Por qué gritas? No estoy sorda como vosotros tres, viejos pilotos —responde su mujer abriendo la puerta de la cocina.

—Tenemos para largo. Si quieres irte a casa...

—Iba a sugerirlo yo.

Lara se acerca a la mesa. Sante y yo nos levantamos para despedirnos y agradecerle la deliciosa comida. Nos deja y vuelve a desparecer en la cocina.

—Hay una escalera que lleva al piso de arriba: casa y bodega —explica Aurelio, intuyendo nuestra curiosidad.

—Cómodo.

—Sí, pero ¿quieres volver a liarte con los helicópteros?

—Lo primero es pedir vuestra palabra de que, independientemente de lo que decidamos al final, todo lo que digamos se quedará entre estas cuatro paredes. Es importante y tenéis que responderme sin incertidumbres.

Sante suelta con buen humor:

—Deja de tocar las narices y cuéntanos. Te estás enrollando demasiado. Sabes que te puedes fiar.

—De acuerdo, no contaré nada —confirma Aurelio.

Tienen razón, basta de dar rodeos.

—Se trata de montar un helicóptero con el máximo secreto. Un helicóptero perfecto, pero sin matrícula. Tendrá que ser ensamblado sin que nadie lo sepa, a parte de nosotros y el cliente —hago una pausa, pero ninguno de los dos abre la boca. He captado su interés y esperan que siga con la explicación—. Tendremos que crear un taller en un edificio que se encuentra en una propiedad del cliente. Es un lugar aislado.

—¿Qué helicóptero? —pregunta Aurelio.

Claro, él es el mecánico, y va inmediatamente a lo práctico. Ya ha comprendido que será él quien lo montará.

—¿Y para qué sería? —pregunta Sante.

—Os lo diré después de que hayamos llegado a un acuerdo. Pero antes respondo a Aurelio Podría ser, creo, aunque podemos discutirlo, un 500 C.

Por la expresión de su rostro que se relaja entiendo que se siente capaz de hacerlo. No me sorprende. Los tres conocemos bien ese aparato.

—Entiendo que yo sería quien montaría el cacharro. Pero ¿yo solo? —pregunta.

—Tú solo no, con la ayuda que podamos darte nosotros.

—O sea, yo solísimo.

—¿Por qué el 500? —interviene Sante.

—Porque América está llena de excedentes militares y tú conoces a alguien que podrá conseguir las piezas necesarias. Y Aurelio tiene amigos en los centros de mantenimiento que conocen ese modelo.

—Ahora entiendo el porqué de las preguntas sobre Bogard.

Sonrío y asiento.

—Pero tú también conoces a esas personas —continúa Sante—, podrías prescindir de mi ayuda. Mi aportación es mínima.

—Tú los conoces bien y sabes cómo tratarlos y cómo convencerlos para que no hablen. Tú también decidirías el coste, y luego decidiríamos juntos cómo proceder. También tendrás que encontrar la manera de transferir el dinero por canales no oficiales. ¿Ves que eres estratégico? Tu trabajo es tan indispensable como el técnico.

—Y... y... —Sante se inclina sobre la mesa y susurra— y... ¿cuánto ganaríamos?

—¿Por qué hablas tan bajito?

—Porque si es algo tan secreto no veo por qué tendríamos que estar gritando a los cuatro vientos, ¿no te parece?

Veo una cierta lógica, salvo que solo estamos nosotros tres en el local.

—Antes de hablar de dinero me gustaría saber qué riesgos corremos —dice Aurelio—. No me interesa tener la cartera llena de dinero y yo en la cárcel.

—No empieces a ser un miedica, ¿vale? Todavía me acuerdo de lo que me hiciste perder en Bengasi —replica Sante.

—¿Todavía sigues con esa historia? Deberías agradecérmelo. Impedí que te metieras en líos.

—Eres un cobardica. Era una tontería por la que nos habrían dado un montón de dinero.

—¡Que te crees tú eso! Te lo habrían clavado por la espalda. Una vez obtenido lo que querían te habrían enterrado en el desierto.

Ваша оценка очень важна

0
Шрифт
Фон

Помогите Вашим друзьям узнать о библиотеке

Скачать книгу

Если нет возможности читать онлайн, скачайте книгу файлом для электронной книжки и читайте офлайн.

fb2.zip txt txt.zip rtf.zip a4.pdf a6.pdf mobi.prc epub ios.epub fb3

Похожие книги