Hubo un gran grito en medio de sus hombres y Duncan se volteó para verlos vitorear mientras observaban los barcos en llamas, con sus rostros negros por la ceniza y exhaustos después de cabalgar toda la noche; pero aun así intoxicados por la victoria. Era un grito de alivio, un grito de libertad. Un grito que habían estado posponiendo por años.
Pero tan pronto como este se escuchó hubo uno más que lleno el aire, este mucho más tenebroso, seguido por un sonido que hizo que a Duncan se le erizara el pelo. Se dio la vuelta y se descorazonó al ver las grandes puertas de los cuarteles de piedra abriéndose lentamente. Al hacerlo, apareció una visión aterradora: miles de soldados Pandesianos, completamente equipados y en filas perfectas; se preparaba un ejército profesional que los superaban en números diez a uno. Y al abrirse las puertas, soltaron un grito y se abalanzaron contra ellos.
La bestia se había despertado. Ahora empezaría la verdadera guerra.
CAPÍTULO SEIS
Kyra, sujetando la melena de Andor, cabalgó toda la noche con Dierdre a su lado y Leo a sus pies, todos apresurándose por los campos cubiertos de nieve al oeste de Argos como ladrones huyendo en la noche. Mientras las horas pasaban y el sonido de los caballos retumbaba en sus oídos, Kyra se perdió en su propio mundo. Se imaginaba lo que se encontraría en la Torre de Ur, quién sería su tío, qué le diría acerca de ella y de su madre y apenas podía contener su excitación. Pero también tuvo que admitir que sentía temor. Sería un gran viaje el cruzar Escalon, uno que nunca había realizado. Y asomándose enfrente de ellos pudo ver el Bosque de las Espinas. El campo abierto estaba a punto de terminar, y pronto estarían sumergidos en el claustrofóbico bosque lleno de criaturas salvajes. Sabía que una vez que entraran en el bosque ya no habría más reglas.
La nieve golpeaba su rostro mientras el viento soplaba atravesando el campo abierto, y Kyra, con sus manos entumecidas, dejó caer su antorcha al darse cuenta que se había extinguido desde hace un buen rato. Cabalgó en la oscuridad perdida en sus pensamientos, con el único sonido siendo el del viento y la nieve debajo de ellos y los ocasionales gruñidos de Andor. Podía sentir su rabia, su naturaleza indomable diferente a la de cualquier otra bestia. Era como si Andor no sólo no sintiera ningún temor por lo que se avecinaba, sino que al parecer hasta esperaba poder pelear.
Envuelta en sus pieles, Kyra sintió otra oleada de dolor por el hambre, y al escuchar a Leo quejarse una vez más, supo que no podrían ignorar el hambre por mucho más tiempo. Habían estado cabalgando por horas y ya habían devorado sus tiras congeladas de carne; se dio cuenta muy tarde de que no habían traído suficientes provisiones. No se podía mirar nada para cazar en esta noche nevada y esto no era un buen augurio. Tendrían que detenerse a encontrar comida pronto.
Bajaron la velocidad al acercarse a la orilla del Bosque, y Leo empezó a gruñir hacia la entrada. Kyra miró por sobre su hombro hacia los campos ondulantes que llevaban a Argos, hacia el último cielo despejado que miraría por mucho tiempo. Volteó de nuevo mirando hacia el bosque y parte de ella se resistía a seguir adelante. Conocía la reputación del Bosque de las Espinas, pero también sabía que este era un punto de no vuelta atrás.
“¿Estás lista?” le preguntó a Dierdre.
Dierdre parecía ser una chica diferente a la que había dejado la prisión. Era más fuerte, más firme, como si hubiera vuelto desde las profundidades del infierno y estuviera lista para enfrentarse a lo que fuera.
“Lo peor que pudiera pasar ya me ha pasado a mí,” dijo Dierdre con una voz tan fría y dura como el bosque delante de ella, una voz demasiado madura para su edad.
Kyra asintió y avanzaron pasando la línea de árboles.
En cuanto lo hicieron, Kyra sintió de inmediato un escalofrío incluso en esta noche fría. Aquí era más oscuro, más claustrofóbico, lleno de antiguos árboles negros con amenazantes ramas que parecían espinas y gruesas hojas negras. El bosque daba no una sensación de paz, sino una de maldad.
Procedieron caminando tan rápido como pudieron por entre los árboles, con el hielo y nieve crujiendo debajo de sus bestias. Lentamente surgió el sonido de criaturas extrañas que se escondían en las ramas. Volteó y trató de encontrar la fuente, pero no pudo encontrar nada. Sintió que estaban siendo observados.
Continuaron más y más profundo dentro del bosque y Kyra trató de dirigirse hacia el noroeste como su padre le había dicho hasta llegar al mar. Mientras avanzaban, Leo y Andor le gruñían a criaturas ocultas que Kyra no podía ver mientras trataba de esquivar las ramas que la arañaban. Kyra pensó en el largo camino frente a ella. Estaba excitada por su misión, pero también deseaba estar con su gente peleando con ellos la guerra que había iniciado. Ya empezaba a sentir una urgencia por regresar.
Mientras pasaban las horas, Kyra observaba la profundidad del bosque preguntándose cuánto faltaba para llegar al mar. Sabía que era arriesgado el cabalgar en esta oscuridad, pero también sabía que era arriesgado acampar aquí solas especialmente después de oír otro alarmante sonido.
“¿Dónde está el mar?” preguntó Kyra a Dierdre sólo para romper el silencio.
Pudo ver por la expresión de Dierdre que había interrumpido sus pensamientos; apenas podía imaginarse las pesadillas en las que debería estar envuelta.
Dierdre negó con la cabeza.
“Quisiera saberlo,” respondió con voz apagada.
Kyra estaba confundida.
“¿No viniste por este camino cuando te trajeron?” preguntó.
Dierdre se estremeció.
“Estaba en una jaula en la parte de atrás de un carro,” respondió, “e inconsciente casi todo el camino. Pudieron haberme llevado en cualquier dirección. No conozco este bosque.”
Ella suspiró mirando hacia la oscuridad.
“Pero mientras nos acerquemos al Bosque Blanco podré reconocer más.”
Continuaron avanzando ahora en un cómodo silencio y Kyra no pudo evitar pensar acerca de Dierdre y su pasado. Podía sentir su fuerza pero también su profunda tristeza. Kyra entonces se halló sumergida en pensamientos oscuros sobre el viaje enfrente de ella, en su escasez de comida, en el fuerte frío y en las criaturas que las esperaban adelante, y volteó hacia Dierdre esperando poder distraerse.
“Háblame sobre la Torre de Ur,” dijo Kyra. “¿Cómo es?”
Dierdre la miró también con círculos negros debajo de sus ojos y se encogió de hombros.
“Nunca he ido a la torre,” respondió Dierdre. “Yo soy de la ciudad de Ur, y esta queda a un día de distancia hacia el sur.”
“Entonces háblame de tu ciudad,” dijo Kyra tratando de enfocar su pensamiento en otra parte que no fuera aquí.
Los ojos de Dierdre se iluminaron.
“Ur es un lugar hermoso,” dijo con deseo en su voz. “La ciudad junto al mar.”
“Nosotros tenemos una ciudad al sur junto al mar,” dijo Kyra. “Esephus. Está a un día de distancia de Volis. Yo solía ir ahí con mi padre cuando era más joven.”
Dierdre negó con la cabeza.
“Ese no es un mar,” respondió.
Kyra estaba confundida.
“¿A qué te refieres?”
“Ese es el Mar de Lágrimas,” respondió Dierdre. “Ur está en el Mar de los Lamentos. El nuestro es un mar mucho más grande. En tu costa este hay oleajes pequeños; en nuestra costa oeste, el Mar de los Lamentos tiene olas de veinte pies de altura que chocan con nuestras costas y una corriente que se puede llevar a barcos en un instante, y sin decir a hombres, cuando la luna está alta. Nuestra ciudad es la única en Escalon en la que los acantilados son lo suficientemente bajos para que los barcos toquen la costa. Nosotros tenemos la única playa en todo Escalon. Es por esto que Andros se construyó a penas a un día de distancia al este de nosotros.”