Muy fantástica, diría, y mal respaldada por las pruebas. ¿A usted le gusta hacer jueguecitos de este tipo con su compañera?
Quizás afectado en su intimidad, enrojeció, se aclaró la voz y buscó la manera de escapar.
Está llegando el juez de instrucción. Ahora será él quien formule las hipótesis justas. Perdóneme, lo mío eran sólo conjeturas.
El juez era un hombre de unos cincuenta años, cabellos rizados, tan alto como Mauro, delgado. Viéndolo se parecía a un ave rapaz, con la nariz aguileña, los labios delgados y las gafas de lectura levantadas en la frente. Se acercó a Mauro, que le estrechó la mano y se presentó.
Juez Leone, la comisaria Ruggeri. Mi colega acaba de llegar de Ancona y ya se encuentra de lleno en el ajo.
¡Ya veo! Bien, creo que aquí, por el momento, hay poco que hacer. Mantenedme informado sobre la investigación e intentad cerrar este caso en el menor tiempo posible. No estamos habituados a estos horrendos crímenes en esta zona y no quiero problemas con los periodistas.
Intenté intervenir, preguntándole si quería interrogar junto con nosotros a la propietaria de la casa de al lado, la famosa Aurora, pero él se despidió con un suave apretón de manos y un ¡Buen trabajo!
Quién sabe porqué siempre he odiado a las personas que cuando te dan la mano no la aprietan, de todos modos intente una media sonrisa y respondí:
Gracias.
Cuando se alejó me volví hacia Mauro.
Si ahora llegase el comisario jefe de Imperia y fuese igual de simpático, me estaría jugando el puesto que acabo de conseguir. ¿Me entiendes, verdad? Bien, mientras la científica hace su trabajo vamos a conocer a esta bruja.
Mauro me sonrió con aire cómplice y me siguió encantado. Después de todo, comenzaba a caerme simpático y pronto descubriría que, detrás del aire de Rambo todo músculos, se escondía una inteligencia agua y un gran observador, todos ellos elementos que hacían de él un gran policía y un valioso colaborador.
Un sendero atravesaba la vegetación, salía al camino de tierra por el que habíamos llegado y conducía a un edificio aislado, una especie de casa de labranza, de aspecto antiguo, pero en óptimas condiciones.
En la explanada delantera se exhibía el coche de la dueña de la casa, un Porsche Carrera de color gris metalizado. Nos acogió una hermosa cuarentona, rubia, con los ojos de un verde azulado poco comunes, más alta que yo, la tez clara, lisa, sin evidentes arrugas. Vestía un quimono oscuro con unos extraños dibujos, en los que reconocí algunos símbolos esotéricos, cerrado delante con un cinturón. Con cada paso que daba asomaba desde debajo del hábito un largo muslo rosado. El escote hacía que fuese bien visible el abundante seno y no dejaba mucho espacio a la imaginación. Vi la mirada de Mauro posarse con interés sobre el sujeto, quizás con la esperanza de que antes o después la insulsa bata cayese al suelo, revelando a su ojo todas las gracias de su propietaria.
Sentaos, soy Aurora Della Rosa, y vivo en esta humilde morada. Excusadme, ¡todavía debo recuperarme del susto! Temía que todo acabase quemado esta noche. Dentro de esta casa tengo un patrimonio de libros y manuscritos, incluso muy antiguos, algunos únicos en el mundo y, aparte de mi integridad, he temido perder todo entre las llamas.
Nos sentamos en un salón cuadrado, donde observé estanterías llenas de libros y pergaminos. Toda una pared estaba ocupada por un espejo y el pavimento era de mármol brillante de varios colores que, como un mosaico, representaba la figura de un pentáculo. No podía dar crédito a mis ojos. Allí se encontraba reunido todo lo que, en su momento, había estudiado sobre el esoterismo y las sectas.
Della Rosa dije, repitiendo su apellido De La Rose era el nombre de un linaje francés de famosos templarios, los caballeros guardianes del templo y del Santo Grial.
Se dice que existieron desde antes de la venida del Cristianismo. Los templarios eran los guardianes del tempo de Salomón en Jerusalén, el templo de cuyas ruinas ha quedado sólo el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los hebreos. Luego se pasó a identificarlos como guardianes del Santo Sepulcro. En el Medioevo, en Francia, fueron declarados herejes, quizás porque se pensaba que tenían escondido el Santo Grial y no permitieron ni siquiera al Papa acceder a su escondite o quizás porque conocían importantes secretos que la Iglesia no quería que se hiciesen públicos. Fueron torturados, muchos quemados vivos, pero nunca fueron del todo eliminados. Sí, tienes razón, mi familia es originaria de Francia, de la zona de Avignone. Los De La Rose, que tenían unas posesiones en aquel lugar, combatieron contra los ingleses en la Guerra de los Cien Años, sufriendo muchas pérdidas. A finales de mil trescientos algunos miembros de la familia se establecieron en esta zona limítrofe entre Italia y Francia, un lugar tranquilo en medio del monte. Pero luego parece ser que la Inquisición, también aquí, no haya dado tregua a una antepasada mía, que hacia finales del siglo XVI fue procesada acusada de brujería.
Mientras hablaba extrajo del bolsillo del quimono una pitillera plateada, en el interior de la cual había unos cigarrillos que, aparentemente, parecían hechos a mano. Escogió uno, lo llevó a la boca y nos tendió la pitillera.