¡Ah! Sí, señor; yo soy nadadora; he intervenido en concursos de lanzamiento de disco y jabalina; he endurecido mi juventud en el paso gimnástico, y todo el sport ha sido el objeto principal de mi vida.
Pero usted ama el sport de un modo animal y no sentimental, de un modo carnal y no mental, instintivo y no reflexivo De lo contrario, en sus poesías habría algo de esto, y no lo hay. ¿Es que separa usted las dos cosas?
Desde luego. Yo hago sport como una chica y poesías como una mujer.
¿No sería más exacto que hace usted sport como un chico y poesía como una mujer?
Ana María ríe:
Sí, sí; es posible eso.
¿Por qué no dio su anunciado recital en el Lyceum?
Estas señoras han estado muy amables conmigo, pero
¿Pero qué?
Pues no sé; que encontré aquello un poco frío, un poco, ¿cómo decirle? Catalogado. Eso es, catalogado en «vanguardista». Yo no soy ni vanguardista, ni ultraísta, ni clasicista, ni feminista Me fastidian mucho los «istas» y los «ismos». De tener algún «ista», puede que sea sindicalista únicamente.
¿Esto lo dice en serio?
Sí; claro que sí. Por lo menos soy republicana, convencidamente republicana, y he intervenido en actos públicos, hablado en mítines
En su segunda expedición madrileña, Ana María Martínez Sagi daría al fin su recital en el Lyceum, acompañado de una conferencia sobre el Club Femení que causaría gran revuelo en la prensa, como luego veremos. Muchos años después, en las conversaciones que mantuve con ella en vísperas de su muerte, nuestra autora recordaba todavía con nitidez aquella entrevista con Ruano, que seguía considerando la mejor de cuantas le habían hecho, y las vicisitudes galantes que la rodearon:
Vino a casa de una prima mía, donde yo me hospedaba, para entrevistarme. Mi prima ya me había advertido: Sé muy prudente, ese hombre es un donjuán, no respeta a ninguna mujer. César me pareció precioso, tenía estampa de mosquetero: alto, delgado, el bigote levemente rubio y una voz muy caliente, como de barítono, que me enamoró. Empezó a hablarme, pero yo era incapaz de seguir su conversación; sólo lo miraba de hito en hito y pensaba: ¡Dios mío, no me extraña que hayas tenido tantos líos con tantas mujeres distintas!. Al acabar la interviú, me propuso que fuésemos a El Escorial. Viajamos en tren, me invitó a comer en un merendero platos típicos madrileños y me enseñó el monasterio. Cuando atravesábamos un gran salón, me pidió que acercase la oreja a una pared, mientras me hablaba desde la opuesta; por un extraño efecto acústico, parecía que me estuviese susurrando al oído. Qué bonita eres, Ana María me dijo. ¿Sabes que me gustas mucho? Yo no creía que hubiera catalanas tan guapas como tú. Parecía un mosquetero, y tenía voz de barítono
La repercusión de aquella visita de Ana María Martínez Sagi a la capital fue tan estruendosa, y los ditirambos que recibió tan encendidos, que otras poetisas de la época fueron incapaces de simular sus celos. Así le ocurrió, por ejemplo, a Pilar de Valderrama (la «Guiomar» machadiana), que a la sazón acababa de publicar su segundo poemario, Esencias, con un recibimiento crítico más bien tibio. En una de sus cartas a Antonio Machado, con quien mantenía un idilio clandestino (pues era mujer casada), debió de quejarse amargamente de las alabanzas que a nuestra autora le habían dedicado destacados escritores y periodistas. A lo que Machado respondió atribulado: «Perdona, mi reina, mi diosa. Y conste que la sucesora de Rosalía eres tú, y no esa nadadora catalana. ¡Si yo pudiese escribir sin trabas!». Y todavía en otra carta posterior, Machado seguirá intentando aplacar el enfado de Pilar de Valderrama: «Leí [] el artículo de Insúa sobre esa nadadora catalana. De esa clase de trabajos, tan arbitrarios, donde nada se prueba y todo son afirmaciones gratuitas, no queda nunca gran cosa []. En suma, que esa poetisa catalana podrá ser un portento, pero lo será a pesar de sus exegetas y panegiristas»32.
También en Barcelona impresionará mucho el recibimiento entusiástico que Ana María ha recibido en Madrid; y la prensa catalana no vacilará en engrosar el número de sus exegetas y panegiristas. Entre ellos, merece destacarse a Luis Astrana Marín, insigne cervantista y esforzado traductor de Shakespeare, que publica33 una pintoresca recensión de Caminos en la que se entremezclan las observaciones burdamente misóginas («Cuando he hallado una mujer hermosa, la conversación la ha revelado necia; y cuando di con una entendida, fue patente su fealdad») y los elogios a la poetisa de musa «pura y natural, como la fuente que brota al pie de la montaña», en cuyas composiciones el crítico no encuentra una «psicología complicada ni atormentada, ni exotismos falaces, ni refinamientos morbosos, ni imitaciones peligrosas», sino un «temperamento varonil fuertemente sensual». Sin temor a incurrir en la hipérbole, Astrana Marín afirma que no encuentra «semejanza entre Ana María y ninguna otra poetisa española del presente»; y señala sus puntos de contacto, en «el temperamento y en la expresión», con Gertrudis Gómez de Avellaneda, para concluir que, sin duda, su prosa también «debe de ser muy aliñada y correcta».
Lo cierto es que hasta entonces Ana María apenas nos había brindado unas pocas (y primerizas) muestras de su prosa en el «Suplemento Femenino» de Las Noticias, pero será a partir de ese momento cuando su firma se haga asidua de las publicaciones periódicas, tanto en castellano como en catalán. En el semanario Deportes, que se encarta en Las Noticias, alterna entrevistas a escritoras del momento con reflexiones sobre el sport femenino34. Pero donde su colaboración adquiere mayor consistencia es en el semanario La Rambla, que con el lema «Esport i Ciutadania» acaba de fundar Josep Sunyol i Garriga, un empresario y militante catalanista que desde 1931 ocupará escaño en el Congreso de los Diputados en representación de Esquerra Republicana y que algunos años más tarde en julio de 1935 alcanzará la presidencia del Fútbol Club Barcelona35. Desde los estertores de la monarquía, Sunyol convertirá La Rambla en una de las publicaciones más populares de la época, siempre alineada con los postulados políticos de Francesc Macià, incorporando a sus páginas diversas firmas femeninas, entre las que enseguida destaca nuestra autora, que mantendrá su colaboración hasta las vísperas de la Guerra Civil, aunque no siempre con el mismo protagonismo36.
Las crónicas, reportajes e interviús de Ana María en La Rambla merecen especial atención, pues fueron las únicas piezas periodísticas que escribió en catalán (lengua que, sin embargo, nunca llegó a dominar con la misma soltura que la castellana) y también las más comprometidas con la causa feminista y republicana. Aunque de tono y asunto variados, las colaboraciones de nuestra autora mantendrán una serie de características comunes: siempre entrevista, por ejemplo, a mujeres destacadas por su actividad en favor de la emancipación femenina (escritoras, abogadas, pedagogas, actrices, etcétera); y sus reportajes abordan cuestiones sociales palpitantes ante las que suele adoptar un tono reivindicativo. Especial mención requieren sus crónicas, en las que arremete contra los sectores y estamentos más refractarios a los ideales republicanos, así como contra cierto cerrilismo ambiental que se resiste a reconocer las conquistas sociales y políticas de la mujer (aunque tampoco faltan las pullas, a veces muy agrias, contra la falta de compañerismo del sexo femenino). Sorprende que la veta sarcástica de Ana María Martínez Sagi (patente, por ejemplo, en sus crónicas de eventos sociales) no encon- trase demasiada continuidad37; y que, en cambio, se la obligase a escribir insulsos artículos sobre «cultura física femenina» en los que se limitaba a recomendar a las lectoras una serie de ejercicios para mantener o mejorar la línea.