Ana María Martínez Sagi - La voz sola стр 2.

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De la cuna a la poesía

A una edad muy temprana, mientras trastea en casa con su hermano Armando, aprovechando la ausencia de los padres, Ana María descubrirá en un armario un gorrito de marinero con una cinta azul sobre la que su madre había bordado con letras doradas el nombre de «Alejandro». Así fue como supo que doña Consuelo había deseado que naciese niño. Ignoro si la anécdota es cierta (fue la propia Ana María quien me la confió) o se trata de una elaboración posterior, pero, desde luego, las fricciones y desavenencias con su madre serían constantes desde la infancia, para agravarse durante la adolescencia y juventud, hasta llegar a la ruptura definitiva, por motivos que luego explicaremos. En sus inéditas Andanzas de la memoria, unas impresiones autobiográficas escritas a finales de los años sesenta o principios de los setenta, Ana María dedicará muchas páginas a evocar los desapegos e intemperancias de doña Consuelo, una mujer tan hermosa como tiránica que sólo satisfacía plenamente su vocación de mando con su hija menor, Berta, a la que lograría moldear a su imagen y semejanza. Ana María, en cambio, siempre se le mostró esquiva y buscó la compañía de su hermano Armando, que improvisaba partidos de fútbol en el pasillo de la casa. Los estropicios que ambos hermanos causaban en la vajilla familiar terminaron por convencer a sus padres de que debían internarlos en sendas instituciones educativas religiosas: Armando en los escolapios de Tarrasa y Ana María en el colegio de las hermanas de Saint Joseph de Cluny, donde recibió una esmerada educación afrancesada.

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