Lástima que no lo haya hecho yo misma, Josiah. Estoy segura de que te lo merecías.
Incluso con todo lo que había sucedido en las últimas semanas, la conmoción de saber que su padre no estaba muerto como siempre le habían dicho estaba todavía fresca en su mente. Había tenido una visión infantil de conocer a ese hombre, fundador y principal accionista de un conglomerado multinacional, y crear una relación familiar con él. Menudo cuento de hadas le habían contado. Ni siquiera había pasado nunca por el mostrador de recepción, escoltada fuera del edificio como una especie de criminal por dos guardias de seguridad poco sonrientes.
Por supuesto, se había dado cuenta de que, al igual que ella nunca había sabido de él, él no había sabido de su existencia. La carta de su abuela describía, en un lenguaje que sólo podría calificarse de venenoso, cómo ella y el abuelo de Taylor habían localizado a su hija fugitiva y la forma maliciosa en que habían manipulado el fin de su matrimonio con un hombre que consideraban inadecuado e inaceptable. Ellos la trajeron de vuelta a Tampa, decididos a solicitar la anulación y borrar el incidente de la historia familiar, sólo para descubrir que Laura había reido la última. Había estado embarazada y ninguna de las amenazas o súplicas la habían convencido de abortar. Esa había sido su último acto de rebelión.
El mito del padre de Taylor había sido inventado enseguidahijo de europeos ricos, muerto en un accidente de avión poco después de la boda. Luego, Laura había sido llevada a casa de unos parientes en Maine hasta que naciera el bebé, mientras que sus abuelos seguían con sus diabólicos planes para mantener a los amantes separados e impedir cualquier otro contacto. No es de extrañar que su madre haya estado tan triste y derrotada toda su vida. Parecía que Taylor era el único motivo por el que vivía. El día después de haber visto a su hija graduarse en la universidad, Laura Scott había ingerido una sobredosis de somníferos y se había sacado a sí misma de la miseria en la que había vivido.
La negativa de Josiah Gaines a verla había sido el último golpe de la bola de demolición contra la estructura de la vida de Taylor, encendiendo la ira y resentimiento que se había ido acumulando desde que recibió la carta. ¿Cómo explicar, si no, su comportamiento fuera de lo normalemborracharse, ligar con un desconocido en el bar y pasar la noche practicando el sexo más erótico que jamás había tenido? Los recuerdos de aquello todavía la hacían sonrojarse y retorcerse.
Recuerdos que, para ser sincera, la invadían regularmente.
Demasiado a menudo para su zona de confort.
Sus sueños eran invadidos por imágenes de Él. El Hombre. Para ella era esoEl Hombre que había tomado su cuerpo y le había enseñado el placer del sexo desinhibido. Las imágenes pasaban por su mente una y otra vez como diapositivas en bucle. Su cuerpo desnudo. El suyo. Sus manos sobre y dentro de ella. Su boca en la suya. Sintiendo su enorme grosor dentro de ella. Las palabras que había usado. Cada mañana se despertaba sonrojada y acalorada y más cansada que cuando se había acostado.
Bueno, ya había terminado con eso, con el hombre que atormentaba sus sueños, con Josiah Gaines y con este Noah Cantrell, quienquiera sea. Se podía ir al infierno, que era donde esperaba que Josiah Gaines estuviera ahora mismo. En lo que a ella respecta, podían irse todos al infierno.
El último mes había sido agotador, ya que se había ocupado de la liquidación de la herencia de sus abuelos. Pero también marcó lo que ella había empezado a llamar "la llegada de Taylor". Ya no se dejaba llevar por las circunstancias. No tenía nada salvo a sí misma. Su pequeño mundo cuidadosamente construido se había desmoronado y no tenía ningún deseo de volver a montarlo como antes. Tenía el dinero para hacer lo que quisiera. Ojalá supiera qué es lo quería hacer.
No es lo que estaba haciendo ahora, eso estaba puto jodidamente seguro. Puto. Y Jodidamente. Sí, la remilgada Taylor Scott también había empezado a maldecir y a utilizar un lenguaje gráfico mientras su sofocado yo interior emergía lentamente, impulsado por un resentimiento que seguía ardiendo como un fuego subterráneo.
Su primer paso había sido dimitir de la empresa de inversiones en la que trabajaba. Hoy era su último día. Los socios la habían llevado a comer, pero se negaron a llamarlo celebración, pidiéndole una última vez que cambiara de opinión. Pero Taylor se mantuvo firme. Necesitaba hacer algo más. O tal vez no hacer nada en un tiempo. Se había convertido en alguien que ni siquiera conocía, llevando una astilla en el hombro más grande que un arbol. Donde antes habría sido agradable y adaptable, ahora era a menudo hostil. Sí, definitivamente era el momento de cambiar algo. Había perdido a la persona que había sido y tenía que descubrir en quién se iba a convertir.
No alguien que recoge a un extraño y le permite empujar mis límites sexuales.
Las dos Cajas Bancarias en el suelo, junto a su escritorio, contenían la suma total de sus años en Clemens Jacobs Financial Services, carpetas con etiquetas de colores que contenían papeles personales, alineados con precisión tal como había sido su vida hasta hace un mes. Le invadió un deseo irrefrenable de sacarlos de sus cajas y revolverlos, tal como su vida había sido revuelta. Llevaba tanto tiempo con un régimen tan estrictoexcepto por su único lapsusque se preguntaba cómo se las arreglaría sin el ancla de la rutina.
Inclinándose hacia atrás en su silla, cerró los ojos y, como siempre en estos días, la imagen de El Hombre bailó por su cerebro de forma imprevista. Se frotó los ojos, intentando borrar las imágenes que siempre estaban ahí por mucho que las deseara fuera. Esa noche había sido una de las más eróticas y embarazosas de su vida. Al menos había salido de su caparazón con un desconocido, alguien a quien no tenía que volver a ver.
Pero quieres volver a verlo. Te engañas a ti misma. Deseas todas las cosas que te hizo, y las que te hizo hacer. Tal vez incluso más. Es por eso por lo que no paras de pensar en esas cosas. En él.
Un ruido en la recepción rompió su hilo de pensamiento y atrajo su atención. Escuchó la voz de Sheila, la recepcionista, protestó por algo y la voz masculina, más enfadada, anulándola.
"No entrar ahí," decía Sheila mientras la puerta del despacho de Taylor se abrió de golpe.
"Estoy dento. La señorita Scott puede echarme si así lo deséa."
Ahí estaba él, de pié en frente suyo.
Él. El Hombre.
Parpadeó con fuerza, pensando por un momento que había conjurado su imagen. Pero cuando abrió los ojos, ahí estaba él. Vivo. En su oficina. En modo alfa. El hombre que pensaba que no volvería a ver. El hombre que la había llevado más allá de los límites establecidos por sus inhibiciones y que la llamaba en sus sueños cada noche.
Era todavía más impresionante de lo que recordaba, su preseancia llenaba su oficina y la rodeaba. Su traje a medida y su camisa de vestir de seda¿su uniforme?eran un escaparate para la pantera apenas atada que se escondía bajo la tela de la ropa civilizada. Botas de cuero caras, hechas a mano en sus pies. Su pelo atado con una tira de cuero como antes. Su cara era una máscara ilegible. La sensación de poder controlado seguía ahí. Un hombre más grande que la vida. Una pantera enjaulada hoy, pero no por mucho. Esta podía ser su oficina, pero definitivamente él era la persona al mando.
Aunque la vergüenza y la rabia se enfrentaban en su interior, sus pezones se endurecieron, sus pechos se estremecieron y sus bragas se humedecieron. Sintió que cada pedazo de sangre se escurría de su cara y caía a sus pies. Olas de frío y calor la recorrieron y estaba segura de que todo el aire había sido succionado de sus pulmones. Agarrándose a los brazos de su silla de escritorio para apoyarse, se relamió los labios, tratando de humedecerlos.