Desiree Holt - Donde Se Oculta El Peligro стр 10.

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Obviamente había tenido muchas mujeres. Tal vez más de las que le correspondían. Pero ninguna había tenido nombre o cara, todas eran un narcótico para borrar el dolor que vivía en su alma. Sabían lo que les esperaba y se ofrecieron de buen grado al hombre cuyos apetitos sexuales eran legendarios.

Taylor no se parecía a ninguna de ellas, con una cualidad que era a la vez terrenal y dulce, y en el momento en que ella había presionado sus labios contra los suyos en ese atrevido beso, algo había irrumpido en él. Un rayo habría tenido menos efecto sobre él. El calor sexual sólo era parte de eso. Se sentía como si hubiera estado esperando una eternidad por ella y eso era lo que le asustaba.

No se había cansado de tocarla. De saborearla. Enterrándose profundamente dentro de ella. No podía borrar la memoria de sus suaves labios en su boca, en su caliente erección, o la sensación de su apretada y húmeda vaina apretada alrededor de él. Ella estaba en su sangre, infundida en él como una droga. Incluso ahora su cabeza seguía en aquella habitación de hotel y su polla totalmente excitada deseaba que así fuera.

El tacto de sus manos sobre su piel había sido tan suave como el beso de una mariposa, la sensación de su coño alrededor de su polla un puño apretado y húmedo que sacaba cada gota de él. Todavía podía sentir el golpe de sus testículos contra su firme culo mientras se introducía en ella. Sientiendo su piel suave y satinada y sus pezones gruesos, del tamaño adecuado para su boca. Inhalando el persistente aroma de su esencia, más dulce que la mejor pastelería. Su esencia se incrustó en sus fosas nasales y la sensación de su pelo y su piel se marcó en sus manos. Si cerraba los ojos, la imagen de ella desnuda, el pelo revuelto alrededor de ella como un marimacho, los ojos encendidos, hicieron que se le pusiera dura al instante.

Pero no era solo su cuerpo lo que lo capturó. Había visto a través de esos vivos ojos verdes y sintió que se ahogaba. La angustia se había agitado en su interior y él había querido quitarle el dolor. Sin embargo, había intuido que jugar el papel de protector con ella sería un error. No, esta era una mujer llena de agallas y determinación. Puede que lo haya reprimido toda su vida, pero el tigre que se escondía en su interior estaba a punto de rugir.

Habia muchos motivos por los que la noche entera había sido una mala idea. Pero si tenía la oportunidad de repetirla, sabía que lo haría. Quería poseer a esta mujer casi más que cualquier otra cosa en el mundo, y esa era la peor idea de todas. Las mujeres como ella tenían relaciones y los hombres como él no. Sin duda no con alguien como Taylor Scott. ¿Por qué no podía alejarse de ella como lo había hecho de todas las mujeres de los anteriores diez años? Sabía con tanta certeza como respirar aire que si la volvía a ver la desnudaría y se la follaría a la primera oportunidad.

Era implacable a la hora de controlar sus impulsos sexuales. Las mujeres que habían compartido su cama se habían asombrado de su capacidad para darles horas de placer antes de tomar el suyo. Nunca les había dicho que su distanciamiento mental le permitía controlar su cuerpo y, por tanto, el ritmo y la variedad de la actividad de la noche.

Nadie había llegado a lo más profundo de su ser, donde guardaba la pantera enjaulada, como lo hizo Taylor en una noche. Ni siquiera su famosa e implacable disciplina personal pudo purgarla de su sistema. ¿Cómo diablos había dejado que una pequeña hembra lo echara todo a perder en un abrir y cerrar de ojos?

No sabía si la rabia que le invadía era contra ella o contra él mismo. Había pensado en alejarla, en hacer que lo odiara con la crudeza del sexo, con su comportamiento grosero. Lo que sea para matar el sentimiento que crecía dentro de él. Todo lo que había hecho era llevar a ambos a un mayor nivel de excitación. ¿Y por qué le había dicho una y otra vez que se diera placer en casa y pensara en él mientras lo hacía? ¿Que recordara cómo le tocaba y qué le hacía sentir?

¡Jesús!

Se alegraba muchísimo de que se fuera de la ciudad. Si la volvía a ver, toda buena intención, toda advertencia a sí mismo se rompería como un cristal fino. Mañana haría su reporte, seguiría en la estructura bien definida de su vida y rezaría al cielo para que las circunstancias cambiaran y no tuviera que volver a verla.

* * * *

La primera cosa de la que Taylor se dió cuenta cuando abrió los ojos era que le dolían todos los músculos de su cuerpo. De dentro y de fuera. La segunda era que tenía la madre de todos los dolores de cabeza. La habitación estaba todavía oscura, las pesadas cortinas ocultaban las ventanas. Deslizó los ojos hacia la derecha, donde estaba el radio-despertador, y parpadeó ante los números.

¿Doce en punto?

¿Del mediodía?

No era posible.

Se sentó, después decidió que no había sido buena idea. Sentía su cuerpo como si un camión le hubiera pasado por encima, dado marcha atrás y vuelto a pisar. Y toda una sección de percusión estaba practicando en su cabeza. La habitación apestaba a sexo, su aroma se pegaba a su piel y a las sábanas y flotaba en el aire. Mientras se recostaba en las almohadas, la noche anterior se le vino encima como un sueño aterrador.

Dios, Taylor. ¿Qué has hecho?

Se cubrió la cara con las manos mientras las imágenes inundaban su mente. Las bebidas en el bar, la mordedura aguda del alcohol y sus cualidades opiáceas que apagan su dolor. El hombreel depredadorsacando de ella respuestas que ni siquiera sabía que tenía. Y las palabras que había gritado. ¿Realmente era ella esa mujer? En su cabeza, su voz todavía gritaba, 'Fóllame,' y se preguntó por qué no habían acudido todas las fuerzas de seguridad del hotel a la habitación.

El recuerdo de las cosas que había hecho y le había dejado hacer a ella y con ella fue suficiente para que un sofoco la recorriera desde los dedos de los pies hasta la punta de la cabeza. Seguramente no había sido ella. Alguien había ocupado su lugar. Su cuerpo. ¡Dios! Había dejado... Había hecho... Al ver el espejo de la mesita de noche, recordó cómo la había utilizado, recordó ver cómo sus dedos entraban y salían de ella y cómo su coño se convulsionaba a su alrededor. Bueno, si eso no acaba con los últimos restos de 'educación adecuada', nada lo hará.

Era la culminación de todoesa era su única excusa. El susto de la carta, después el episodio insultante de ayer. Todo. Su vida se había puesto patas arriba y necesitaba desquitarse de alguna manera. Pero por Dios, por Dios, así no.

¿Ah no? Admítelo. Lo querías más que respirar.

Recordó la sensación de su cuerpo contra el suyo y su boca en todas partes. Todavía lo sentía apretando sus pechos con las manos. Alcanzando dentro de ella con esos largos y delgados dedos el punto que hacía estallar cohetes. Sus dientes mordiendo sus pezones, su clítoris. Sus manos la llevaban a un clímax estremecedor después de otro. Y sus dedos dentro de su culo, creando un hambre oscuro que nunca supo que existía dentro de ella.

Si pudieran verme ahora. Toda esa gente que conocía a la estirada y abotonada Taylor Scott. La que nunca, jamás, coloreó fuera de las líneas, la que andaba como si tuviera un palo metido en el culo. Se las había arreglado para sacarse el palo del culo, eso sí, sustituyéndolo por otra cosa. Cada músculo de su cuerpo se tensó al recordar lo que El Hombre le había hecho sentir cuando le había follado el culo con el dedo.

Sí, Taylor, dilo. Justo así. Le había follado el culo.

¿Lo peor de todo? Ella quería más. ¿Qué locura era esa?

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