La imagen sagrada de la Madonna, de María, de la madre de Gesù, acompañada por la frase Posuerunt me custodem, me pusieron a mi para proteger esta morada.
Por lo tanto, es la Madonna, la Santa Madonna a la que adoramos. Pero recuerda que todos nuestros lugares sagrados, que nosotros definimos como cristianos, católicos, han sido erigidos sobre antiguos templos paganos y las antiguas divinidades han sido sustituidas por las nuevas. La misma catedral, aquí al lado, ha sido edificada encima de las antiguas termas romanas, y la posición de la cripta corresponde a la ubicación del templo que los romanos habían dedicado a la Dea Bona, otro nombre de Diana. Como puedes ver, tienen muchas cosas en común las distintas religiones. En el mismo lugar donde nos reuniremos dentro de unos días, la imagen antigua de la Buona Dea ha sido sustituida por una estatua de la Madonna, en el interior de un tabernáculo. El lugar es, lo mires como lo mires, sagrado y mágico y siempre hay alguien que adorna la imagen con lirios frescos y de colores. Es nuestra forma de continuar adorando a la Diosa, aunque bajo la imagen de María, madre de Jesús.
Lucia creía que la abuela tenía una cultura nada desdeñable, quizás por haber tenido acceso a la lectura de libros prohibidos, conservados en la biblioteca de la familia. Quizás había conseguido acceder a la sabiduría custodiada bajo llave por el tío Cardenal, puede que sin que éste último lo supiese, o quizás porque hace décadas, cuando Elena era todavía una niña, los libros podían ser consultados libremente. Luego Artemio se había arrogado el título de Inquisidor y había puesto bajo llave todo lo que era contrario a la Fe oficial. Y ya había sido un éxito que no hubiera hecho un gran hoguera con aquellos textos tan valiosos como había oído que habían hecho otros prelados insignes en otras ciudades de Italia y de Europa.
Entendido, abuela, lo importante es creer en la entidad buena, que nos quiere y nos ayuda, prescindiendo de su nombre.
Al contrario de lo que Lucia se esperaba y que había escuchado contar de quien temía a las llamadas brujas, el rito se desarrolló con toda tranquilidad. Ningún macho cabrío se presentó para reclamar su virginidad, ninguno de los participantes intentó violarla o hacerle firmar juramentos con su sangre. El camino para llegar a Colle del Giogo no había sido agradable. Pasada la esclusa de Moje, el sendero que flanqueaba la orilla del río Esino a menudo se perdía en medio de la maleza. Lucia no conseguía entender cómo hacía la abuela para no extraviarse y encontrar el rastro del antiguo sendero incluso después de haberse desorientado durante muchas leguas en el bosque, sin aparentes puntos de referencia. Llegadas a un cierto punto debieron vadear el río y continuar ascendiendo por un camino de tierra que subía la cuenca excavada por un impetuoso torrente que descendía desde la montaña. Llegaron a Apiro a la hora de comer y fueron acogidos por una pareja de jóvenes esposos, Alberto y Ornella, que les ofrecieron pan negro y carne de ciervo seca. Ambos tenían una niña de unos tres años, con dos grandes ojos azules y los cabellos rizados y castaños; jugaba con una muñeca de trapo cerca del hogar, divirtiéndose mientras la vestía con pequeños trajes de colores, realizados con trocitos de tela. Parecía que no le importaba lo que iban a hacer sus padres, junto con las recién llegadas, esa misma noche,
¿Cómo haréis con la niña? preguntó Elena a la joven pareja.
Oh, no hay problema, a las siete la pequeña está ya en el mundo de los sueños en su jergón. De todas formas, hemos pedido a Isa, nuestra vecina, de venir a darle una ojeada. ¡Lo hará con gusto!
Lucia, que siempre había dormido en un cómodo lecho, no imaginaba cómo hiciese esta gente para dormir en aquellos montones de paja trenzada.
¡Estarán llenos de pulgas!, pensaba, sintiendo escalofríos ante la idea de que a la noche siguiente le tocaría en suerte dormir allí también a ella. Mejor muerta que tumbarse en una de esas cosas.
La ceremonia de iniciación de la nueva adepta se desarrolló según un antiguo ritual. Era noche cerrada cuando Lucia y la abuela, acompañadas por sus anfitriones, se sumergieron en el frío lacerante de la montaña. Los campos todavía estaban recubiertos de una ligera capa de nieve y el camino estaba iluminado por el disco brillante de la luna llena que resplandecía enorme en el cielo, como la muchacha no la había visto jamás. Subiendo Colle del Giogo, en ciertos puntos se podía hundir en la nieve hasta las rodillas y era difícil avanzar, pero en cuanto llegaron al claro al que se dirigían, Lucia se asombró de cómo el lugar estuviese casi todo libre de la blanca cubierta y el prado estuviese plagado de pequeñas flores de colores, blancas, lilas, fucsia, violetas, amarillas...
Se llaman campanillas de invierno porque son las primeras flores que salen en cuanto se empieza a derretir la nieve pero su verdadero nombre es Crocus y sus estigmas secos pueden ser utilizados tanto como condimento de cocina como por sus propiedades medicinales.
Abuela, ¿cómo es que en este lugar la temperatura sea más agradable? preguntó la muchacha con curiosidad.
Se dice que es un lugar mágico pero en realidad la temperatura es mitigada gracias a la presencia de una fuente de agua caliente. Aquí el subsuelo es rico en manantiales sulfurosos y es por esta razón que la temperatura es más alta. Desde hoy aprenderás que la mayor parte de los fenómenos que la gente común señala como mágicos tienen en realidad un explicación lógica, racional: basta saber buscarla. Nos acusan de ser brujas pero no hacemos más que aprovechar conocimientos antiguos y fenómenos naturales para nuestros fines. Mira, se dice que hace trescientos años, más o menos, llegó a este remoto lugar una de las mujeres de Federico II, el emperador de Svevia, para guardar algo que su marido le había mandado esconder con celo, ya que provenía de Tierra Santa, de Jerusalén. Las leyendas y la tradición dicen que este objeto era una piedra mágica, una piedra que el arcángel Miguel había entregado a Abraham o quizás, incluso la llamada piedra filosofal que buscaban los antiguos alquimistas. Esta es la leyenda, la verdad la conocerás dentro de poco. Y, ahora, entremos en la gruta. ¡No les hagamos esperar!
La más anciana de las participantes era una mujer de largos cabellos grises, la piel del rostro marchita por las arrugas. Vestía una larga túnica azul sobre la cual, a la altura del pecho, brillaba un talismán dorado asegurado al cuello por una cadena también de oro labrado. Había encendido una fogata en el interior de la cueva, tirando cada cierto tiempo a las llamas unos polvos que, de vez en cuando, provocaban una llamarada de color distinto, ahora amarilla, luego verde, ahora azul, luego de un rojo intenso. Con cada llamarada que iluminaba su rostro pronunciaba unas extrañas palabras que los allí presentes interpretaban disponiéndose alrededor de la fogata, ya cogiéndose de la mano y dando vueltas en círculo, ya alejándose e inclinándose según los deseos de la Anciana Sabia, ahora cogiendo manojos de hierbas y tirándolos al fuego, o bien sentándose en el suelo en el máximo silencio. Llegado a un cierto punto, la única persona que había quedado en pie era la anciana maestra. Tenía en la mano un gran libro sobre cuya cubierta resaltaba el dibujo de un pentáculo, justo igual que el que estaba incluido en el diario de familia que le había entregado la abuela algún tiempo atrás, y la frase escrita en caracteres góticos Clavicula Salomonis.
En virtud de los poderes que me ha conferido esta congregación yo, Sara dei Bisenzi, acojo en nuestra comunidad a la novicia Lucia Baldeschi. Ella es la elegida, aquella que me sustituirá un día y será designada la guía de todos vosotros. Por lo tanto, Lucia, acércate y jura obediencia y fidelidad sobre este libro, escrito de puño y letra por el antiguo Rey Salomón, y traído hasta aquí entre inmensos peligros por Jolanda, que perdió su vida después de llegar a su meta final. Es gracias a su hija Anna que el libro y sus enseñanzas nos han sido legadas y, cada cierto tiempo, una de nosotras tiene la obligación de conservarlo y protegerlo.