Los ideales heroicos
La Edad del Bronce se cierra con dos series de invasiones. Una provino del nordeste, llevada a cabo por los Pueblos del mar, que es como llamaron los egipcios a los invasores, y en esta serie de ocupaciones, poco antes del 1200 a.C., la tribu de los Peleshei, llamados filisteos por los griegos y en la Biblia, se apoderaron de la tierra de Palestina, dándole su nombre, mientras que el resto se dispersa en diversas zonas en torno al Mediterráneo realizando incursiones hasta Grecia y, tal vez, incendiando los palacios de Micenas y Pilos.
El declive de la civilización micénica se produce en torno al 1200 a.C. por razones poco claras. Tras el hallazgo en Pilos de tablas endurecidas por un incendio en el palacio real, se ha planteado la invasión marítima, porque en ellas se habla de preparaciones militares para defender la costa de un peligro inminente de invasión y porque, en ese mismo periodo, la civilización egipcia pasó serias dificultades y la hitita desapareció por los llamados pueblos del mar, por lo que se puede suponer que esos mismos pueblos fueron los invasores. Una explicación más tradicional es sin embargo la de la invasión por la población indoeuropea de los dorios. Por otro lado, otros estudiosos consideran que el declive de la civilización micénica fue causado por meros factores económicos y demográficos, y tal vez climáticos, y los incendios no se deberían necesariamente a los invasores.
La otra serie de invasiones viene del sudeste y son tribus seminómadas de lengua aramea que provienen de los confines del desierto de Arabia, que se infiltran primero y se apoderan luego por la fuerza de Siria, Mesopotamia septentrional, Asiria, Babilonia y Palestina, llamada Canaán en la Biblia. En cuanto al pueblo al que se llamará israelita, está en esta zona en torno al 1200 a.C., unos cincuenta años después de la época del éxodo hebraico de Egipto y convive, no sin problemas, con la población indígena. No todo el pueblo hebreo proviene de otra tierra, ya sea o no la de los faraones: muchos agricultores, me refiero a la época histórica, dejando aparte las migraciones precedentes, tenían orígenes locales (eran, por decirlo así, cananeos) y con el tiempo se mezclan con los pastores nómadas invasores (digamos con los hebreos), formando el pueblo de Israel. Es a esta época, desde cerca de año 1000 a.C., a la que la Biblia llama de los Jueces, de la que se solo puede conocer la historia de fondo, siguiendo las informaciones relativas veterotestamentarias, transformadas de forma mítica. Es útil la comparación con otras sociedades del momento. En Palestina o otras zonas del Cercano Oriente, además de en Grecia y en las costas e islas mediterráneas de Asia Menor, se aprecian en primer lugar los ideales heroicos, en los que un simple insulto basta para desencadenar una terrible reacción, como, en Grecia, en el primer canto de La Ilíada, donde el héroe Aquiles, ultrajado por el rey Agamenón que le ha robado a su esclava Briseida, se retira de la guerra contra Troya después de haber tenido el impulso de matarlo. O, como en Palestina, en la Biblia (1 Sam 25, 9-42), donde el rey David, ofendido por la actitud soberbia de su súbdito Nabal, quiere matar a todos los hombres de la familia, aunque se apiade ante las súplicas de Abigail, mujer del ofensor, pero poco después un Yahvé terrible se tomará la justicia por su mano matando al presuntuoso Nabal y entonces David tomará a la viuda entre sus mujeres. Es una sociedad en la que la posición de la persona depende de su estatura moral, su valentía personal y su contribución a la sociedad, como por ejemplo en la figura bíblica del juez Sansón. Es un ideal que se refleja entre los años 1100 y 750 a.C. en cuentos legendarios en prosa y en versos recitados oralmente y solo posteriormente reunidos por escrito, como los argumentos de los poemas griegos La Ilíada y La Odisea y, en tierra hebrea, las narraciones primitivas que se exponen principalmente en el Génesis y en Samuel 1 y Reyes 2 hacia el siglo V a.C., con muchos añadidos y variantes sacados de sagas y leyendas conocidas por los hebreos durante la esclavitud babilónica, que se extraen de la antigua mitología de Mesopotamia.
Dos ejemplos: el episodio del diluvio universal en el Génesis se inspira en un mito del ciclo sumerio de Gilgamesh (cuyas tablas se conservaban en la biblioteca del rey Asurbanipal), en el que uno de los héroes, Utnapishtim, sobrevive a un diluvio similar y, a diferencia de Noé, recibe la inmortalidad de los dioses. La torre de Babel se imagina similar a los zigurats, altos edificios destacados con los que los antiguos habitantes de Mesopotamia, supuestos antepasados del caldeo Abraham de Ur, proclamaban tocar, al menos simbólicamente, el cielo de los dioses.
Son por tanto historias que entran en el imaginario hebreo, mezclándose con las autóctonas judeo-cananeas que hablan de la prehistoria, desde la creación de hombre, y de la historia más antigua. En cuanto a estas, se trata de epopeyas como la del impío rey Saúl en el primer libro de Samuel, que simbolizará a los diversos malos soberanos de muchos herederos sucesivos de los justos, o mejor de los justificados por Dios, David y Salomón. Hay historias inventadas, como la de José vendido por sus hermanos, que acabarán en el libro del Génesis, mientras que otras tienen cierto trasfondo histórico y contienen fragmentos de los códigos legales comunes a todo el antiguo Oriente Medio.
Hacia el año 1000 a.C., no solo en Canaán-Palestina, sino también en otras zonas de Oriente Medio, en Grecia y a lo largo de las costas de Asia Menor, todos los grupos de invasores, y por tanto todas las ciudades fundadas por estos, muchas veces no más grandes que un par de campos de futbol modernos y con pocos centenares de habitantes, tenían leyes propias. En varias zonas convivían conquistadores y autóctonos, aunque en ciertas áreas, como en el Peloponeso en Grecia, toda la población de los vencidos (ilotas) era esclava de los vencedores (espartanos), mientras que Canaán conoce por el contrario la esclavitud personal. Hay casos en los que una ciudad o un grupo todavía seminómada conquistan las zonas vecinas, pero las pierden en poco tiempo. Una tierra, después de ser unificada, normalmente, más pronto que tarde, se desmembraba de nuevo debido a jefes militares hostiles al soberano, como ocurre en el reino de Salomón, que, a la muerte de este monarca, se divide en los dos reinos de Israel y Judea o Judá. Un reino se identifica sobre todo por la capital, en el caso de Samaría para Israel y de Jerusalén para Judá, mientras que las zonas no urbanas siguen siendo más o menos tribales y no se consideran sometidas al rey local. En Palestina esto vale para las tierras de pasto y los terrenos primitivos de agricultura, dejados en barbecho por mitades en años alternos, zonas que eran ocupadas periódicamente por tribus de pastores seminómadas que se consideraban independientes del rey y superiores a cualquiera, aparte de su jefe de clan y cuyos rebaños dañaban los cultivos colindantes. Estos beduinos se enfrentaban a los agricultores sedentarios, que no querían que se dañaran las tierras que cultivaban y los pastos que estaban dispuestos a cultivar: la leyenda del Génesis de Caín, que mata a su hermano Abel, pastor (Gen 4, 1-16), deriva de esa situación histórica, idealizada muchos años después en sentido religioso, presentando a la víctima como devota de Yahvé y a su asesino como un hombre que no tiene verdadero respeto por Dios, al que ofrece en sacrificio productos malos: los hebreos, aunque provenían de ambas categorías, se consideraban sobre todo descendientes de las antiguas tribus de pastores, simbolizadas por los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y por eso la figura de Abel es la positiva.