La historia alternativa seguÃa de una manera escalofriante con la pérdida de cualquier valor espiritual y el triunfo del ateÃsmo más absoluto. La persona se habÃa reducido a la nada, a un mero peón del imperio nacionalsocialista. Evidentemente, el Archivo Histórico Central exaltaba esto como una valiosÃsima conquista de la humanidad, confundiendo esta con la pseudorraza aria, mientras que consideraba subhumanos a todos los demás seres humanos. Tras la guerra relámpago de 1939, se habÃan logrado ulteriores mejoras en los discos volantes, hasta alcanzar el vuelo orbital y posteriormente el espacial por debajo de la velocidad de la luz: en 1943 Alemania habÃa llegado ya a la Luna con cuatro hombres de la Luftwaffe de vuelta a la Tierra alternativa sanos y salvos y en 1998 seis aviadores nazis, cinco alemanes y uno austriaco, con un disco mucho mayor que los precedentes, proyectado y construido para ello, habÃan desembarcado en Marte por primera vez y no habÃan regresado. La verdadera colonización del planeta rojo se habÃa producido sin embargo, igual que en el mundo de Valerio y de Margherita, solo con la creación de las cronoastronaves, proyectadas en la Tierra alternativa en 2098, esta vez totalmente un producto de la ingenierÃa nazi, igual que en la Tierra habÃa sido de la ingenierÃa de los Estados Confederados de Europa pocos años antes: el viaje experimental en el espacio-tiempo de los astronautas nazis se habÃa dirigido a 2015, al vecino sistema doble Alfa Centauri A y B, sin descender a planetas: aproximadamente lo que habÃa pasado con la Tierra, que habÃa conquistado el espacio profundo en 2107 con un viaje de circunnavegación a la estrella Próxima Centauri, a 4,22 años luz de distancia de nuestro Sol, y retorno inmediato. Sin embargo no aparecÃa en el archivo nazi de la Tierra alternativa que hubieran realizado viajes en el tiempo: ¿tal vez temiendo cambiar la historia en su propio perjuicio? Por tanto, tampoco habÃa habido una expedición al año 1933 para estudiar el fascismo y, como habÃan pensado Margherita y los demás, el disco capturado por los italianos y robado por los alemanes habÃa venido de la Tierra y no de la Tierra alternativa. Valerio habÃa preguntado al archivo también acerca de los tiempos anteriores a los años 30 del siglo XX: desde los albores de la civilización hasta junio de 1933, la historia alternativa resultaba ser igual que la historia.
âCreo que, visto estoâ, habÃa declarado la comandante a la tripulación y los cientÃficos, âno nos queda sino saltar al pasado y tratar de cambiar las cosasâ.
Acababa de terminar la frase cuando las computadoras de a bordo habÃan puesto en alarma roja a la cápsula: habÃan registrado un disco, seguramente amigo, de la dotación de la nave 22, acercarse a la máxima velocidad y, detrás de él, una decena de kilómetros por detrás, otros dos discos no identificados. Las computadoras habÃan advertido poco después el lanzamiento de un misil de los segundo contra el primero, mientras que el piloto amigo solicitaba acuciantemente a la cápsula 22 que abriera el hangar con prioridad absoluta. Asà se habÃa hecho. La maniobra posterior de la lanzadera era temeraria, con el riesgo de estrellarse contra la cronoastronave y dañarla o algo peor; sin embargo el disco habÃa entrado en el astrohangar sin daños. En cuanto se cerraron las compuertas detrás de la lanzadera, la comandante habÃa ordenado a la computadora un salto inmediato hacia el pasado y la aeronave 22 habÃa desaparecido justo a tiempo para no ser alcanzada por los misiles. Si se hubieran seguido las normas de seguridad, el cronosalto deberÃa haberse llevado a cabo lejos del planeta, pero en este caso la energÃa desplegada por la nave del tiempo habÃa aniquilado los misiles ya cercanÃsimos de los discos perseguidores.
CapÃtulo 5
A las 0 horas y 30 minutos de la noche del 18 de junio de 1933, ni siquiera cinco dÃas después del traslado del disco capturado, en un hangar de la fábrica SIAI Marchetti de Vergiate múltiples siluetas apenas distinguibles por los ojos de un gato, vestidas completamente de negro, habÃan caÃdo silenciosamente en el terreno en torno a las instalaciones, usando paracaÃdas igualmente negros. Para que los motores de los aviones que les habÃan transportado desde Baviera hasta el lugar no fueran oÃdos fácilmente desde tierra, los paracaidistas habÃan saltado desde una altura de cuatro mil metros, abriendo sus telas después de una caÃda libre de tres mil seiscientos. A pesar de la oscuridad, ninguno habÃa fallado.
ConocÃan bien los turnos de vigilancia de la guardia italiana porque una espÃa los habÃa comprobado en los dÃas anteriores y se lo habÃa comunicado a sus superiores en BerlÃn. SabÃan que en la medianoche del 18 de junio se habÃa producido el cambio de guardia y que el manÃpulo de la Milicia relevado habÃa dejado sus puestos para volver al cuartel.
Después de reunirse, la compañÃa, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, habÃa penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la porterÃa de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habÃan atacado al manÃpulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habÃan matado a todos. Solo habÃan muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habÃan quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo â91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habÃan quedado atrás habÃan encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurrÃa junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habÃan saltado. Los demás, después de hacer fotografÃas y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habÃan llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se habÃa llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se habÃa hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañÃa. Finalmente, los incursores de Hitler habÃan despegado sin problemas.
El personal civil que habÃa llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se habÃa encontrado con el espectáculo de carnicerÃa de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.
En Roma no se habÃa sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenÃa Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce habÃa pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legÃtimos del disco: los ingleses.
Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habÃan limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se habÃa podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botÃn, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podÃan haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habÃan sido sustraÃdos fácilmente. Naturalmente, habÃan rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberÃan haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo asÃ, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.