âDespués de todo, usted no tiene cita âhabÃa comentado con voz indiferente el robot ujier de la entrada, desde su puestoâ. Ya es mucho que la profesora haya aceptado recibirle.
En el rostro del cientÃfico habÃa aparecido una expresión malvada. Se habÃa dirigido de inmediato hacia la máquina plantándole los ojos en los objetivos. El autómata se habÃa echado atrás acabando pegado a la pared. Sin embargo, si Bauer habÃa tenido antes una mala intención, no la habÃa expresado al llegar al ujier, sino que, mostrando en la boca una sonrisa forzada, le habÃa dicho en tono dócil:
âTe ruego que se lo pidas. Hm⦠Te lo agradecerÃa.
â¡Asà está mejor! âhabÃa aprobado el otro y rápidamente fue a llamar a la puerta de la presidenta. Luego, entreabriendo la puerta sin esperar respuesta y metiendo la cabeza en la habitación, habÃa poco más que susurradoâ: Profesora, ese Bauerâ¦
âSÃ, ya he acabado âhabÃa respondido una voz femeninaâ. He oÃdo los lamentos del profesor, pero estaba a punto de recibirlo: en un minuto, hazlo pasar.
âEl señor está servido âhabÃa dicho a Bauer el robot, colocándose delante de él con la mano derecha abierta, sobre la cual el profesor habÃa puesto un soft-dream, una especie de botoncillo eléctrico sintetizado por la industria precisamente para la relajación mental de los autómatas.
«Este ya lo he soñado», se habÃa dicho mentalmente el robot con decepción, después de haberse introducido el botón eléctrico en la ranura pectoral apropiada y haber examinado la propina.
La presidenta era una mujer de unos setenta años, flaca, de ojos cerúleos, pelo blanco muy corto, nariz larga y estrecha, boca pequeña y sin maquillaje: la única coqueterÃa era la eliminación total de las arrugas con el método ambulatorio Darendhörf.
Bauer, aunque sabÃa que no le iba a ser fácil, se habÃa prometido mantenerse tranquilo. Al saludar a Zanti habÃa conseguido además sonreÃr:
âNo entiendo por qué no se ha aceptado nuestra solicitud: ¡no me han explicado nada! Francamente, no veo por quéâ¦
â⦠¿Por qué se trata de un proyecto ilógico? âLa presidenta habÃa sonreÃdo a su vez desde el otro lado de la mesa, haciéndole una señal para que se sentara.
âJustamente. Después del descubrimiento de las ondas ultrafotónicasâ¦
â No se trata de eso, profesor. Se trata de filosofÃa. De hechoâ¦
â¿Qué diantres tiene que ver la filosofÃa? Um⦠perdóneme, no quiero ser maleducado, solo entenderâ¦
A Bauer se le encendió la cara:
â¡Vaya, tal y como yo pensaba!
âEspere, profesor, porque no lo ha entendido. Sepa que casi todos los miembros de la comisión, salvo otro y yo, son ateos como usted. Y se trata precisamente de esto: de que el ateÃsmo no se concilia en absoluto con la probabilidad de que en nuestro cosmos haya otras criaturas inteligentes.
â¿Qué está diciendo? ¡En todo caso es lo contrario! Hablemos claro: sois los creyentes los creyentes los que tenéis miedo de que se encuentren extraterrestres y de esa manera se acabe vuestra trola religiosa âToda su cara estaba enrojecida.
âNi soñarlo, profesor Bauer. ¿Cómo podrÃamos habernos impuesto el otro miembro y yo contra diez ateos? Pero si no se tranquiliza, haré que le echen.
â⦠Está bien, siempre que me lo explique, pero si no me convenceâ¦
â⦠¿Me dará un puñetazo? âY se habÃa reÃdo.
âN⦠no, naturalmente, pero en el recurso que presentarÃa, indudablemente me iban a oÃr.
âEstá en su derecho y ahora escuche, si quiere. En cuanto a los principios religiosos que usted se teme, sepa, aunque esto se lo digo a puro tÃtulo informativo, que creemos que la Revelación se refiere exclusivamente al género humano y nunca a los innumerables proyectos posibles de Dios para el universo, incluida la creación de extraterrestres. ¡SerÃa maravilloso encontrar otras posibles inteligencias! FÃjese en que se fuera atea, en lugar de posibles habrÃa dicho inverosÃmiles.
Bauer habÃa sacudido la cabeza con desaprobación.
âSÃ, de verdad. FÃjese bien: ¿por qué la comisión nunca ha considerado, con una mayorÃa de diez contra dos que sigue su propia visión atea, profesor, que creer en criaturas extraterrestres en nuestro cosmos serÃa ilógico y que probablemente serÃa un despilfarro acabar financiando la investigación?
â¿Un despilfarro?
âEspere. Suponemos que su hipótesis como ateos es que la vida apareció por puro azar, ¿verdad?
âSe entiende que sÃ.
âAsà que no parece muy probable en ese caso que exista un único universo, el nuestro.
âPeroâ¦
âEspere. Usted sabe que en los últimos siglos se han encontrado millones de planetas que orbitan en torno a millones de estrellas y que ni siquiera uno ha sido capaz de alojar vida inteligente. Vidas inferiores sÃ, pero superiores no. Además a todos estos mundos les falta algo y, en primer lugar, en torno a ninguno de ellos orbita un satélite como nuestra Luna, sin la cual tampoco existirÃamos. Seguramente sabe que desde hace muchÃsimo tiempo hay una relación inseparable entre nuestros dos mundos: cuando la Tierra era todavÃa muy joven e informe, otro plantea, más o menos de la masa de Marte, en lugar de asentarse en torno al Sol impactó con enorme violencia contra el nuestro, su materia se mezcló, parte de ella se incorporó a nuestro mundo y otra parte de dicha combinación de elementos acabó en órbita, primero formando un anillo en torno a la Tierra, compactándose luego en un único cuerpo y convirtiéndose en la Luna. ¿Algo casual? Bueno, yo no dirÃa tanto. Sin embargo, es cierto que la Tierra sin la Luna no serÃa como es y, como he dicho, que nosotros tampoco lo serÃamos. En primer lugar, no habrÃa mareas, debidas a la atracción lunar, esas mareas que influyeron enormemente en el nacimiento de la vida sobre la Tierra, ya que las formas biológicas se desarrollan velozmente y de la mejor manera donde las condiciones ambientales son crÃticas y, por tanto, se adaptan al perfeccionamiento genético y al desarrollo cerebral: son por el contrario las situaciones estáticas las que representan negatividad para la vida, porque hacen que las formas biológicas elementales no evolucionen y acaben extinguiéndose. Sin embargo, los océanos, sometidos a las imponentes mareas provocadas por la Luna, que en el pasado estaba bastante más cercana a nosotros y ejercitaba una atracción mucho mayor, fueron en un pasado muy lejano los laboratorios más eficaces para el crecimiento de formas biológicas cada vez más complejas. En segundo lugar, es a la Luna a la que se debe esa relativa estabilidad del clima terrestre en el curso de las estaciones, que ha permitido florecer la vida. Y también el alternarse de las estaciones se debe al choque entre planetas del que derivó la Luna, ya que debido a él la inclinación del plano de rotación dejó de ser perpendicular a su plano orbital y obtuvo un ángulo óptimo de 23º. Asà se produce la variación, a lo largo del año, de la inclinación de los rayos del Sol y, por tanto, la sucesión de las diversas estaciones. Eso no es todo: la Luna mantiene firme esa magnÃfica inclinación, con un efecto estabilizante sobre nuestra órbita, mientras que los cambios orbitales serÃan gravemente dañinos para la vida.