Guido Pagliarino - Las Inmortalidades стр 2.

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—Señoras y señores —comenzó a decir el teólogo y filósofo después de haber rogado a los estudiantes que interrumpieran su largo aplauso—, iré directo al grano porque desgraciadamente, a causa del gran número de los usuarios de las transmisiones holográficas interagentes, la sociedad gestora no concede mucho tiempo a cada uno. Os planteo un par de preguntas retóricas: ¿Por qué disminuyó y luego cesó la lucha por conseguir ser admitido en el proceso Vida Eterna? ¿Por qué, por otro lado, los instrumentos, las sustancias químicas y el resto de materiales necesarios para el procedimiento acabaron siendo destruidos por sus propios guardianes, sin ni siquiera atender las órdenes de la autoridad? Bueno, sencillamente porque en un cierto momento era evidente para todos el sufrimiento que padecían los eternos, ese sufrimiento al que luego se llamó su aburrimiento mortal o sencillamente el aburrimiento: no en el sentido habitual del tedio, sino en el clásico de tormento, incluso de infierno. Quede sin embargo claro que esta afirmación mía se dirige solo a los que sean creyentes, porque me refiero al infierno en sentido teológico. Por tanto, si alguno de los presentes es ateo, es muy libre de extrañarse al respecto. Como decía, con el paso de los siglos los eternos habían sido presos de una aversión cada vez insoportable por la vita. Esta en realidad no les ahorraba ni los sufrimientos psíquicos ni los físicos. Por ejemplo, si un eterno sufría un revés de la fortuna podía pasarse el resto de la eternidad como un vagabundo. Si perdía una mano en un accidente, le crecía otra, pero con dolores atroces. O si sufría una migraña congénita, que parece completamente incurable, esta se reproducía una y otra vez por siempre. Por otro lado, si es también verdad que no debían soportar ya la angustia de la muerte, esta después de una larga experiencia de dolor era sustituida, y más gravemente, por la angustia de una eternidad de sufrimiento. Os recuerdo que el procedimiento Vida Eterna era algo casi absurdo, al ser tan contrario a las leyes naturales. En definitiva, su mecanismo resultaba un misterio para sus propios inventores, que sencillamente habían tratado de alargar la duración de la existencia, no de eliminar la muerte. Sin embargo su invención, si se puede decir que era suya, la había abolido. Exactamente así: un hecho no realmente científico, es decir, no derivado, en realidad, de su investigación. Por tanto afirmo que algo, o mejor Alguien, con mayúscula, había intervenido de manera sobrenatural para que funcionase el proceso imposible. ¡Si alguno de vosotros tiene otra explicación me gustaría que la expusiera! Bueno… bien, visto que nadie levanta la mano, hagamos ahora una consideración elemental teológico-bíblica. ¿Qué es esencialmente el pecado original? Preciso, para quien se equivoque, que comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal no significa la condena divina de la investigación científica o filosófica. Hay que saber que en el lenguaje simbólico antiguo judío la locución bien y mal significa todo lo existente creado por Dios, mientras que conocer significa poseer, en todos los sentidos y no solo en el conocido sentido sexual. Por tanto el pecado original consiste en querer poseer el mundo creado haciéndose Dios y sustituyendo al Creador, poniendo en lugar de la ley moral objetiva divina la idea propia subjetiva, para uso y consumo propio, y consiste en ultrajar la naturaleza creada por Dios. Es el pecado que no solo los míticos padres Adán y Eva, sino muchísimos seres humanos han cometido y cometen, un pecado del que si no nos arrepentimos a tiempo nos conduce al Infierno. Bueno, una vez precisado esto, ¡prestad atención! podemos finalmente llegar a la conclusión. ¿Quién fue más soberbio y ateo que los eternos? ¿Quién fue más contra la naturaleza? Creo que nadie. En segundo lugar, consideremos que eran absolutamente indestructibles y esto no puede realmente parecer un hecho científico, humano. Algunos de ellos, ¡que nadie se ría aunque parezca ridículo!, hasta cierto punto, llenos de angustia buscaron cualquier vía para morir, primero bajo anestesia y luego, pensando que tal vez fuera esta la causa de su fracaso, renunciando a ella: cortarse la cabeza, explosión de bomba, hambre y sed, ahogamiento, encerramiento en una habitación sin aire… ¿Os reís? Bueno, os perdono, es comprensible humanamente, pero ahora, por favor… Gracias. Estaba a punto de decir que, al no obtener finalmente nada, estos eternos aspirantes a suicidas se pusieron de acuerdo y trataron de aniquilarse todos juntos con una bomba ultranuclear… ¡Vale, por favor! Dejad de reíros, por favor: es un hecho trágico. Gracias. Decía: parece absurdo, pero incluso en ese caso extremo, después de quedar reducidos a menos que átomos, se recompusieron, completamente incólumes. Al haberse demostrado por tanto su absoluta indestructibilidad hasta el extremo, es correcto deducir que, incluso cuando el Sol llegue a colapsar, cuando la Tierra esté muerta, incluso cuando todo el universo, por la inversión del Big Bang vuelva otra vez a la nada, estos condenados eternos continuarían existiendo, en el interminable infierno de esa misma nada. ¿Un infierno sin haber muerto antes?, me preguntaréis. No. También sabéis que el procedimiento Vida Eterna, que sería mejor que lo llamáramos Muerte Eterna, contemplaba, como paso necesario, también la muerte: solo por un momento, pero una muerte real, también cerebral. Solo después se producía la llamada a la vida, a la Vida Eterna. Añadiré ahora un concepto, una gran confirmación de mi tesis y luego me despediré porque la conexión está a punto de acabar. ¿Dónde se podría situar el estado infernal si no es fuera de Dios, es decir, fuera del Ser, que es como decir de Felicidad Trascendente Eterna Infinita? Por tanto ese estado no puede encontrarse más que en lo inmanente que continuará, por decirlo así, existiendo también para los condenados cuando el resto del universo sea simplemente la nada. Oh… veo que nuestra conexión está terminando. Adiós a todos.

Entre aplausos la imagen del catedrático se desvaneció.

Sin embargo esta vez no todos los estudiantes habían aplaudido: ni los cuatro ateos, ni dos descendientes de los aburridísimos eternos, ni una joven conocida por todos por su espiritualidad y a la que además se le había oído decir a la vecina:

—Sin embargo, también creo que al final de los tiempos también esos desgraciados… Podría tratarse de una especie de purgatorio en la tierra, ¿no? Está escrito: «No juzguéis si no queréis ser juzgados» y si bien es verdad que en cierta ciencia puede haber mucha soberbia, ¡cuánta puede encontrarse también en cierta teología!

Lo primero que generó la aversión general contra los eternos fue la envidia, por el deseo de los mortales comunes de ser como ellos, unos celos disfrazados no obstante de deseo de justicia, como sucede casi siempre. Posteriormente, cuando se apreció de manera generalizada el aburrimiento existencial de los inmortales, no desapareció la hostilidad contra ellos, sino que para alimentarla se había añadido una especie de desprecio por la condición que sufrían, ese desprecio que aparece lamentablemente, en los espíritus menos nobles, hacia aquellos que consideran, por cualquier razón, como distintos. El desprecio se expresaba a veces en forma de sarcasmo burlón, con observaciones como estas: «¡Les está bien empleado a esos prepotentes que querían ser superiores a nosotros y se daban tantas ínfulas!», «¡Fíjate en esos millonarios! Se han gastado una fortuna para alcanzar el aburrimiento, esas cabezas de chorlito», o como esta otra, más dura: «¡Sus caras alegres se han convertido en rostros pálidos como el culo!». En la última fase se generó en muchos mortales, no en todos, ya que seguían existiendo algunos no despiadados, un odio puro por los eternos. La mecha la había encendido un caso, llamado por los medios «La carnicería de París», cuya noticia había dado la vuelta al mundo de inmediato con gran escándalo. El hecho se había producido después de la vuelta a viejo calendario, exactamente en el año 2509, habiéndose ya destruido las instalaciones Vida Eterna, por lo que el número de los inmortales, todos censados por obligación legal, se mantenía entonces en 1003 personas, también porque la eternidad originada por el procedimiento Vida Eterna no era transmisible, ya que el proceso hacía estériles a quienes se habían sometido a él. Algunos inmortales sí tenían hijos y nietos, pero todos fruto de concepciones precedentes. Para llegar al apogeo del odio entre la conciencia colectiva se llegó al convencimiento, que ya estaba en lo más profundo de las mentes antes de la carnicería de París, de que de no le habría sido posible de ninguna manera a un mortal reaccionar con éxito a un ataque violento de un mortal que hubiera decidido herirle o matarle, debido a la tristemente famosa facultad de los eternos de regenerarse poco después de haber sido ellos mismos heridos o aparentemente muertos. Por tanto, en caso de agresión, la única posibilidad de defensa, que solo habría podido ejercerse si enfrente del inmortal violento se encontraran muchas personas, habría sido sujetarlo con cuerdas o cadenas, impidiendo así sus movimientos. Seguramente ya se habían producido agresiones por parte de un eterno contra un mortal antes de la carnicería de París y además, en cuatro siglos, debían haber sido muchas, pero solo después de esta matanza se había extendido por todas partes una airada obsesión colectiva contra los eternos. Lo que había pasado era que uno de los inmortales, un hombre fornido que aparentaba tener unos treinta años o con más de cuatrocientos años de edad real, Louis Villon, célebre por haber sido uno de los dos magnates que habían financiado la investigación del Instituto Privado Bertrand Russell que desembocó en el procedimiento Vida Eterna y que al principio no habían dado fruto, una tarde en el campo en los alrededores de París, al entrar andando en su propia villa después de un paseo para hacer la digestión, fue atacado por tres perros doberman instigados contra él por cuatro jóvenes mortales pertenecientes, como luego pudo averiguar Villon, a una banda de una decena de vándalos racistas que tenía como primer objetivo enfrentarse a los odiados eternos. Louis Villon había sido literalmente despedazado por los perros y luego sus amos se habían alejado psicológicamente saciados de sangre junto con sus animales. Villon renació entre grandes sufrimientos, lleno de rabia contra esos miserables y realizó indagaciones al día siguiente mediante investigaciones privadas para descubrir su identidad. Una vez supo lo que necesitaba sobre esos malhechores, en lugar de denunciarlos, el multimillonario había querido llevar a cabo una venganza personal y, por la noche, cuando su club estaba vacío de gente, lo había incendiado. La banda ocupaba una chabola de madera en el campo en los alrededores de París, no lejos de la villa del eterno. Sin embargo uno de los bandidos, que vivía en un caserío cercano al club, apenas a unos ochenta metros, había visto huir al incendiario y la noche siguiente se lo había contado a los demás miembros. No mucho después, tras echar abajo la puerta de entrada a la villa de Villon, los diez juntos habían invadido la morada con sus tres perros, empuñando antorchas, con la más que verosímil intención de responder dando fuego a la construcción. El propietario y sus dos sirvientes, mortales comunes de mediana edad, marido y mujer, habían acudido ante el estruendo del derribo de la puerta, se habían reunido en la entrada, habían visto a los invasores, habían tratado de enfrentarse valientemente a ellos y habían sido agredidos por los perros, incitados por sus amos. Los tres habían sido despedazados horriblemente, pero mientras que los sirvientes estaban irremediablemente muertos, Villon se reconstituyó poco a poco hasta reaparecer incólume. Entretanto los delincuentes, con sus animales, habían empezado a explorar las demás habitaciones de la casa, con la probable intención de robar en ella. El propietario, armado con dos escopetas y dos pistolas que guardaba en un armario junto a la entrada, preso de una ira como no había sentido en toda su larguísima existencia, mató en primer lugar a los tres dobermann que, habiendo advertido su olor, habían dejado a sus amos y corrían gruñendo hacia él para atacarle. Luego, ya ciego de rabia, llegando hasta los agresores, Villon había asesinado a cuatro, uno tras otro. Los otros seis decidieron huir después de esto. Al reconocer el juez instructor la legítima defensa, Villon no había sido condenado, mientras que los delincuentes sobrevivientes habían sido arrestados, juzgados y condenados. Sin embargo la impresión general ya era muy hostil a los inmortales. Así que los medios, recogiendo y exprimiendo esa profunda aversión, habían presentado el episodio arrojando sospechas sobre Villon. Bajo una fuerte presión popular, apoyada por los propios medios, los líderes estatales habían decidido por fin la promulgación de una ley que autorizaba la concentración de todos los eternos en un lugar aislado. Esta norma, promulgada con un decreto del gobierno aprobado casi inmediatamente por el Parlamento, se había aplicado de inmediato. Los eternos, al ser todos conocidos por la autoridad gracias al censo anterior, habían sido capturados uno a uno por fuerzas de la policía de paisano, que se les habían acercado individualmente con diversos pretextos o estratagemas: los policías les habían esposado firmemente y llevado a la cárcel, donde habían permanecido recluidos encadenados. Cuando fueron capturados los 1003 inmortales, sin que faltara ninguno, fueron transportados todos juntos, en realidad con todo el respeto posible y aprovechando las comodidades de abordo, sobre un gran hidroplano transoceánico y habían sido desembarcados y recluidos para siempre sobre el atolón coralino de Rapa Nui, más conocido como la Isla de Pascua, situado en el centro del Pacífico, muy lejos de cualquier otra tierra, a más de 3.600 kilómetros al oeste de la costa de Chile y a 2.075 al este de las cuatro islas volcánicas del archipiélago Pitcairn, situado en el Pacífico meridional. Sin embargo se había concedido a los exiliados constituir sobre la isla su propio estado independiente. La comunidad sería completamente autosuficiente gracias a los nuevos recursos de esa isla, antes poco hospitalaria, que había sido preparados por adelantado por el Estado mundial con los métodos fertilizantes más modernos y además debido a los aparatos y cyborgs para el cultivo y la producción industrial que la misma autoridad había proporcionado a los exiliados. La supervivencia de los eternos también estaba garantizada por su número limitado y por el hecho de que eran estériles. En cuando a los poquísimos exponentes de la población nativa de Rapa Nui, no se les había consentido permanecer allí y se les había obligado a mudarse a la mayor de las islas Pitcairn, deshabitada desde hacía tiempo, también con altas indemnizaciones, pagadas en especie, que les había asignado el Estado. Inmediatamente después del desembarco de los exiliados se había colocado en torno y por encima de toda la isla un campo de fuerza, impenetrable materialmente, que impedía tanto a los eternos abandonar la isla como a los mortales acceder a ella. En particular, los ya difundidos aparatos del sistema Radiotransporte Instantáneo de Seres Vivientes, inventado una decena de años antes por los ingenieros Green y Berusci, capaz de radiotransportar seres humanos, animales y cosas, no se podía utilizar ni para entrar ni para salir, sin contar que, evidentemente, no se le había proporcionado a los deportados, igual que no se les había proporcionado embarcaciones ni medios aéreos.

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