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Pág. 14. Un hombre dedicado á una profesion para la cual no ha nacido, es una pieza dislocada: sirve de poco, y muchas veces no hace mas que sufrir y embarazar. Quizas trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos ó son impotentes, ó no corresponden ni con mucho á sus deseos. Quien haya observado algun tanto sobre este particular, habrá notado fácilmente los malos efectos de semejante dislocacion. Hombres muy bien dotados para un objeto, se muestran con una inferioridad lastimosa cuando se ocupan de otro. Uno de los talentos mas sobresalientes que he conocido en lo tocante á ciencias morales y políticas, le considero mucho ménos que mediano con respecto á las exactas; y al contrario, he visto á otros de feliz disposicion para adelantar en estas, y muy poco capaces para aquellas.
Y lo singular en la diferencia de los talentos es que aun tratándose de una misma ciencia, los unos son mas á propósito que otros para determinadas partes. Así se puede experimentar en la enseñanza de las matemáticas que la disposicion de un mismo alumno no es igual con respecto á la Aritmética, Algebra y Geometría. En el cálculo, unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicacion, miéntras no adelantan igualmente ni con mucho, en la de generalizacion; unos adelantan en la Geometría mas de lo que habian hecho esperar en el estudio del Algebra y Aritmética. En la demostracion de los teoremas, en la resolucion de los problemas, se echan de ver diferencias muy señaladas: unos se aventajan en la facilidad de aplicar, de construir, pero deteniéndose, por decirlo así, en la superficie, sin penetrar en el fondo de las cosas; al paso que otros no tan diestros en lo primero, se distinguen por el talento de demostracion, por la facilidad en generalizar, en ver resultados, en deducir consecuencias lejanas. Estos últimos son hombres de ciencia, los primeros son hombres de práctica; á aquellos les conviene el estudio, á estos el trabajo de aplicacion.
Si estas diferencias se notan en los límites de una misma ciencia, ¿qué será cuando se trate de las que versan sobre objetos los mas distantes entre sí? y sin embargo, ¿quién cuida de observarlas, y mucho ménos de dirigir á los niños y á los jóvenes por el camino que les conviene? A todos se nos arroja, por decirlo así, en un mismo molde: para la eleccion de las profesiones suele atenderse á todo, ménos á la disposicion particular de los destinados á ellas. ¡Cuánto y cuánto falta que observar en materia de educacion é instruccion!
En la acertada eleccion de la carrera no solo se interesa el adelanto del individuo, sino la felicidad de toda su vida. El hombre que se dedica á la ocupacion que se le adapta, disfruta mucho, aun entre las fatigas del trabajo; pero el infeliz que se halla condenado á tareas para las cuales no ha nacido, ha de estar violentándose continuamente, ya para contrariar sus inclinaciones, ya para suplir con esfuerzo lo que le falta en habilidad.
Algunos de los hombres que mas se han distinguido en la respectiva profesion, habrian sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado á otra que no les conviniera. Malebranche se ocupaba en el estudio de las lenguas y de la historia, y no daba muestras de ninguna disposicion muy aventajada, cuando acertó á entrar en la tienda de un librero, donde le cayó en manos el Tratado del hombre de Descártes. Causóle tanta impresion aquella lectura, que se cuenta haber tenido que interrumpirla mas de una vez para calmar los fuertes latidos de su corazon. Desde aquel dia Malebranche se dedicó al estudio que tan perfectamente se le adaptaba; y diez años despues publicaba ya su famosa obra de la Investigacion de la verdad. Y es que la palabra de Descartes dispertó el genio filosófico adormecido en el jóven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer á otro poeta, exclamó: «tambien yo soy filósofo.»
Una cosa semejante le sucedió á Lafontaine. Habia cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo Lafontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reir á sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género.
He dicho que convenia observar el talento particular de cada niño para dedicarle á la carrera que mejor se le adapta: y que seria bueno observar lo que dice ó hace cuando se encuentra con ciertos objetos. Madama Perier, en la Vida de su hermano Pascal, refiere que siendo niño le llamó un dia la atencion el fenómeno del diverso sonido de un plato herido con un cuchillo, segun se le aplicaba el dedo ó se le retiraba; y que despues de reflexionar mucho sobre la causa de esta diferencia escribió un pequeño tratado sobre ella. Este espíritu observador en tan tierna edad ¿no anunciaba ya al ilustre físico del experimento de Puy-de-Dôme confirmando las ideas de Torricelli y Galileo?
El padre de Pascal deseoso de formar el espíritu de su hijo, fortaleciéndole con otra clase de estudios ántes de pasar al de las matemáticas, hasta evitaba el hablar de geometría en presencia del niño; pero este encerrado en su cuarto, traza figuras con un carbon, y desenvolviendo la definicion de la geometría que habia oido, demuestra hasta la proposicion 32 de Euclides. El genio del eminente geómetra se debatia bajo una inspiracion poderosa, que todavía no era él capaz de comprender.
El célebre Vaucanson se ocupa en examinar atentamente la construccion de un reloj de una antesala donde estaba esperando á su madre; en vez de juguetear, acecha por las hendiduras de la caja, por si puede descubrir el mecanismo: y luego despues se ensaya en construir uno de madera que revela el asombroso genio del ilustre constructor del flautista, y del áspid de Cleopatra.
Bossuet á la edad de 16 años improvisaba en el palacio de Rambouillet un sermon que por la copia de pensamientos y facilidad de expresion y de estilo, admiraba al concurso compuesto de los talentos mas escogidos que á la sazon contaba la Francia.
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Pág. 25. He dicho que la teoría de las probabilidades auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto la imposibilidad que he llamado de sentido comun, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia que va de la posibilidad del hecho á su existencia; distancia que nos le hace considerar como poco ménos que absolutamente imposible. Para dar una idea de esto supondré que se tengan siete letras e, s, p, a, ñ, o, l, y que disponiéndolas á la aventura, se quiere que salga la palabra español. Es claro que no hay imposibilidad intrínseca, pues que lo vemos hecho todos los dias, cuando á la combinacion preside la inteligencia del cajista; pero en faltando esta inteligencia, no hay mas razon para que resulten combinadas de esta manera que de la otra. Ahora bien: teniendo presente que el número de combinaciones de diferentes cantidades es igual á 1×2×3×4(n-1)n, expresando n el número de los factores; siendo siete las letras en el caso presente, el número de combinaciones posibles será igual á 1×2×3×4×5×6×7.=5040.
Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relacion del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra español, es igual á 1/5040. Por manera que estaria en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas.