§ II
Distincion entre el fondo del hecho y sus circunstancias. AplicacionesPero admitidos como indudables cierta clase de hechos, queda anchuroso campo para disputar sobre otros y desecharlos, ó darles crédito; y hasta con respecto á los que no consienten ningun género de duda, pueden espaciarse la erudicion, la crítica y la filosofía de la historia, en el exámen y juicio de las circunstancias con que los historiadores los acompañan. Es incuestionable que existieron las guerras llamadas púnicas, que en ellas Cartago y Roma se disputaron el imperio del Mediterráneo, de las costas de Africa, España é Italia, y que al fin salió triunfante la patria de los Escipiones, venciendo á Aníbal y destruyendo la capital enemiga: pero las circunstancias de aquellas guerras ¿fueron tales como nosotros las conocemos? En el retrato que se nos hace del carácter cartagines, en el señalamiento de las causas que provocaron los rompimientos, en la narracion de las batallas, de las negociaciones, y otros puntos semejantes, ¿seria posible que hubiésemos sido engañados? Los historiadores romanos, de quienes hemos recibido la mayor parte de las noticias, ¿no habrán mezclado mucho de favorable á su nacion, y de contrario á la rival? Aquí entra la duda, aquí el discernimiento; aquí entra ora el admitir con recelo y desconfianza, ora el desechar sin reparo, ora el suspender con mucha frecuencia el juicio.
¿Qué seria de la verdad á los ojos de las generaciones venideras, si por ejemplo la historia de las luchas entre dos naciones modernas, quedase únicamente escrita por los autores de una de las dos rivales? Y esto sin embargo, lo han publicado los unos en presencia de los otros, corrigiéndose y desmintiéndose recíprocamente, y los acontecimientos se verificaron en épocas que abundaban ya de medios de comunicacion, y en que era mucho mas difícil sostener falsedades de bulto. ¿Qué será pues viniéndonos las narraciones por un conducto solo, y tan sospechoso, por interesado; y tratándose de tiempos tan distantes, de comunicaciones tan escasas, y en que no se conocian los medios de publicidad que han disfrutado los modernos?
Mucho se deberá desconfiar tambien de los griegos cuando nos refieren sus gigantescas hazañas, las matanzas de innumerables persas, sus rasgos de patriotismo heróico, y cien cosas por este tenor. La fe ciega, el entusiasmo sin límites, la admiracion por aquel pueblo de increibles hazañas, allá se queda para los sencillos; que quien conoce el corazon del hombre, quien ha visto con sus propios ojos tanto exagerar, desfigurar y mentir, dice para sí: «el negocio debió de ser grave y ruidoso; parece que en efecto no se portaron mal esos griegos; pero en cuanto á saber el respectivo número de combatientes, y otros pormenores, suspendo el juicio hasta que hayan resucitado los persas, y los oiga pintar á su modo los acontecimientos y sus circunstancias.»
Esta regla de prudencia es susceptible de infinitas aplicaciones á lo antiguo y moderno. El lector que de ella se penetre, y no la olvide al leer la historia, dé por seguro que se ahorrará muchísimos errores, y sobre todo no desperdiciará tiempo y trabajo en recordar si fueron sesenta ó setenta mil los que murieron en tal ó cual refriega, y si los pobres que anduvieron de vencida, y no pueden desmentir al cronista, eran en número cuadruplicado ó quintuplicado, para su mayor ignominia y afrenta.
§ III
Algunas reglas para el estudio de la historiaComo la historia no entra en esta obrita sino como uno de tantos objetos que no deben pasarse por alto cuando se trata de la investigacion de la verdad, fuera inoportuno extenderse demasiado en señalar reglas para su estudio; esto por sí solo, reclamaria un libro de no pequeño volúmen; y no conviene gastar un espacio que bien se ha menester para otras cosas. Así me limitaré á prescribir lo ménos que pueda, y con la mayor brevedad que alcance.
REGLA 1ª.
Conforme á lo establecido mas arriba (Cap. VIII), es preciso atender á los medios que tuvo á mano el historiador para encontrar la verdad, y á las probabilidades de que sea veraz ó no.
REGLA 2ª.
En igualdad de circunstancias, es preferible el testigo ocular.
Por mas autorizados que sean los conductos, siempre son algo peligrosos; las narraciones que pasan por muchos intermedios suelen ser como los líquidos, los que siempre se llevan algo del canal por donde corren. Desgraciadamente abundan mucho en los canales la malicia y el error.
REGLA 3ª.
Entre los testigos oculares, es preferible en igualdad de circunstancias, el que no tomó parte en el suceso, y no ganó ni perdió con él. (V. Cap. VIII.)
Por mas crédito que se merezca César cuando nos refiere sus hazañas, claro es que á sus enemigos no los habia de pintar pocos y cobardes, ni describirnos sus empresas como demasiado asequibles. Los prodigios de Aníbal contados por sus mismos enemigos, valen por cierto algo mas.
¿Cómo vemos narradas las revoluciones modernas? Segun las opiniones é intereses del escritor. Un hombre de aventajado talento ha dado á luz una historia del levantamiento y revolucion de España en la época de 1808; y sin embargo, al tratar de las Córtes de Cádiz, al traves del lenguaje anticuado, y del tono grave y sesudo, bien se trasluce el jóven y fogoso diputado de las constituyentes.
REGLA 4ª.
El historiador contemporáneo es preferible; teniendo empero el cuidado de cotejarle con otro de opiniones é intereses diferentes, y de separar en ambos el hecho narrado de las causas que se le señalan, resultados que se le atribuyen, y juicio de los escritores.
Por lo comun, hay en los acontecimientos algo que descuella, y se presenta á los ojos demasiado de bulto para que pueda negarlo la parcialidad del historiador. En tal caso exagera ó disminuye, echa mano de colores halagüeños ó repugnantes, busca explicaciones favorables apelando á causas imaginarias, y señalando efectos soñados: pero el hecho está allí; y los esfuerzos del escritor apasionado ó de mala fe, no hacen mas que llamar la atencion del avisado lector para que fije la vista con atencion en lo que hay, y no vea ni mas ni ménos de lo que hay.
Los historiadores apasionados de Napoleon hablarán á la posteridad del fanatismo y crueldad de la nacion española, pintándola como un pueblo estúpido que no quiso ser feliz; referirán los mil motivos que tuvo el gran Capitan para entremeterse en los negocios de la Península, y señalarán un millon de causas para explicar lo poco satisfactorio de los resultados. Por supuesto que llegarán á concluir que por esto no se empañan en lo mas mínimo las glorias del héroe. Pero el lector juicioso y discreto descubrirá la verdad á pesar de todos los amaños para oscurecerla. El historiador no habrá podido ménos de confesar á su modo y con mil rodeos, que Napoleon ántes de comenzar la lucha, y miéntras las fuerzas del Marques de la Romana le auxiliaban en el norte, introdujo en España con palabras de amistad, un numeroso ejército, y se apoderó de las principales ciudades y fortalezas, inclusa la capital del reino; que colocó en el trono á su hermano José; y que al fin José y su ejército despues de seis años de lucha, se vieron precisados á repasar la frontera. Esto no lo habrá negado el historiador; pues bien, esto basta: píntense los pormenores como se quiera, la verdad quedará en su lugar. He aquí lo que dirá el sensato lector: «tú, historiador parcial, defiende admirablemente la reputacion y buen nombre de tu héroe, pero resulta de tu misma narracion, que él ocupó el pais protestando amistad, que invadió sin título, que atacó á quien le ayudaba, que se valió de traicion para llevarse al rey, que peleó durante seis años sin ningun provecho. De una parte estaban pues la buena fe del aliado, la lealtad del vasallo, y el arrojo y la constancia del guerrero; de otra podian estar la pericia y el valor, pero á su lado resaltan la mala fe, la usurpacion, y la esterilidad de una dilatada guerra. Hubo pues yerro y perfidia en la concepcion de la empresa, maldad en la ejecucion; razon y heroismo en la resistencia.»