¿Eh? Sí, cariño, dime
Niki tiene los ojos ligeramente entornados.
¿Qué hora es? ¿Por qué no duermes?
Estoy pensando
De vez en cuando, deberías dejar de trabajar, amor mío Eres incorregible
Niki se vuelve poco a poco hacia el otro lado, mostrando parcialmente sus piernas y encendiendo en un instante su deseo. Alex esboza una sonrisa. No. La dejaré descansar.
Duerme, tesoro. Te quiero
Mmm Yo también.
Una última mirada a la agenda. Ahora o nunca. Y Alex se desliza bajo las sábanas con una sonrisa en los labios, como si todo hubiese ocurrido ya. Y la abraza por detrás. Niki también sonríe. Y él estrecha el abrazo. Sí. Es lo correcto.
Dos
Amor, tengo que marcharme Ven, vamos, el desayuno está listo.
Niki vierte un poco de café de la cafetera humeante en las dos tazas grandes e idénticas. Llega Alex. Se sienta todavía medio dormido delante de ella. Niki le sonríe.
Buenos días, ¿eh? ¿Has dormido bien?
Más o menos
No sé por qué, pero creo que volverás a meterte en la cama
De eso nada, yo también tengo que salir.
Niki acaba de servir el café y vuelve a sentarse.
Aquí tienes la leche caliente, aquí la fría y aquí las galletas de chocolate que compré el otro día. Están riquísimas, pero he visto que no las has abierto.
Alex apoya la jarra en el borde de la taza y se sirve un poco de leche. Niki se acerca su taza a la boca y a continuación sonríe casi oculta por la misma.
¿Te acuerdas de éstas, cariño?
Alex coge la taza y la hace girar entre las manos.
¿Éstas? ¡No las he visto en mi vida!
¡Pero, cariño, si son las que compramos la primera vez que nos fugamos a París! ¿Te acuerdas? Cuando te las regalé me dijiste: «Un día desayunaremos con estas tazas sentados a la mesa de nuestra propia casa.» ¿Recuerdas?
Alex da un sorbo a su capuchino y niega con la cabeza, risueño.
No
Mientes. Bueno, da igual, no lo he dicho con segundas.
Alex casi se atraganta. Coge una galleta de chocolate, se la lleva a la boca y empieza a masticarla.
Mmm, qué buena
Ya lo creo Bueno, yo me marcho, hoy tengo clase y será demasiado -Niki coge la chaqueta del armario y se la pone-. Ah, a propósito, no creo que esta noche me quede a dormir; iré a casa a estudiar, luego al gimnasio y después cenaré con mis padres. Tengo la impresión de que el hecho de que me quede a dormir de vez en cuando en casa de «Olly» los está exasperando un poco.
¿Por qué?
Porque han entendido de sobra que «Olly» eres tú.
Ah, claro
Alex se queda con una galleta a medio morder en la boca. Niki le sonríe y hace ademán de salir.
Oye, no bebas demasiado café, que luego no duermes por la noche, ¿eh? lo mira con intención.
Alex se hace el sueco.
Sí, tienes razón. Ayer me bebí el último demasiado tarde, cuando estaba en el despacho
Niki reflexiona por un momento y luego se detiene.
Oye, Alex No, nada.
Él se levanta y se encamina hacia ella.
¿Qué pasa, Niki? Dime.
No, no, nada -Hace ademán de abrir la puerta. Alex se lo impide y se planta delante de ella.
O me lo dices o te haré llegar tarde a clase. Venga, ¿qué te ronda por la cabeza?
¿A mí?
Pues sí ¿A quién, si no?
Niki sonríe.
Siento curiosidad. ¿En qué pensabas esta noche mientras mirabas cómo dormía?
Ah -Alex exhala un suspiro y se dirige hacia la mesa-. Y yo que creía -Se sienta y le sonríe-. Pensaba en la suerte que tengo.
Pensaba: esta chica es realmente guapa. Y además pensaba en el momento que estamos viviendo y que Mira, casi tengo miedo de decírtelo.
Niki se acerca y lo observa con ojos exultantes, resplandecientes, llenos de entusiasmo.
No tengas miedo, cariño, te lo ruego, dilo.
Alex la mira a los ojos, inspira profundamente y al final lo suelta.
Pues bien, que jamás he sido tan feliz en mi vida.
Amor mío, eso es maravilloso -Niki lo abraza extasiada, y llena de entusiasmo.
Alex la observa con disimulo mientras ella permanece entre sus brazos. Está un poco enfadado consigo mismo. Le gustaría haber dicho algo más. Pero aun así sonríe, no muestra lo que piensa. Niki se separa de él.
Bueno, me marcho; si no, llegaré realmente tarde. -Le da un beso fugaz en los labios-. ¡Te llamo luego! -y sale dejándolo así, con media galleta en la mano y media sonrisa en la cara.
Sí Adiós, cariño
Recuerda por un instante la canción de Mina: «Ahora o nunca, te lo ruego. Ahora o nunca más, estoy segura de que tú también me amas.» Sonríe y se come el último trozo de galleta. Debe dar ese salto, ahora o nunca. Bueno, tampoco es realmente así. Todavía hay tiempo. Apura el capuchino. Al menos un poco, espero.
Tres
El vestíbulo del edificio es inmenso. Todo está pintado de blanco y la luz es abundante y difusa. Los suelos son de resina y transmiten una sensación casi lunar. Una gran escalinata en espiral abraza una de las paredes en su ascenso. Las gigantografías de las campañas publicitarias de las colecciones de otros años están colgadas por todas partes, dando testimonio de la importancia y la solidez de la casa de modas. Al otro lado de las puertas de cristal, dos jóvenes agraciadas y bien vestidas reciben a los recién llegados. Están sentadas frente a sendos pequeños escritorios y ambas tienen el portátil abierto y el teléfono inalámbrico a su lado. Junto a la recepción, una barra de bar ofrece un poco de todo para entretener a los invitados que deben esperar. Al otro lado hay una larga mesa baja de madreperla con varias revistas de moda y unos cuantos periódicos desperdigados por encima, y delante, un sofá blanco, comodísimo e inmenso. Dos mujeres de unos cuarenta años aguardan sentadas en él. Lucen unos trajes de chaqueta ajustados y unas botas beis con tacón de aguja. Van bien maquilladas y peinadas, y una de ellas lleva un maletín de piel. Hablan de manera sofisticada y parecen ignorar a propósito lo que sucede a su alrededor. En un momento dado, una de ellas mira su reloj y sacude la cabeza. Salta a la vista que alguien les está haciendo esperar demasiado.
Las puertas de cristal se abren de golpe y entra una guapísima chica de color vestida sencillamente con un par de vaqueros, un suéter y unas zapatillas de deporte. La siguen varias mujeres con algunas perchas que acaban de descargar del Suv que está aparcado delante de la entrada. La chica se sienta en el sofá junto a las dos señoras, que de inmediato la observan tratando de mostrar indiferencia. La saludan con frialdad y a continuación retoman su conversación. Ella les devuelve el saludo con una sonrisa y comprueba aburrida su móvil. Mientras tanto, las mujeres que la acompañan siguen descargando los vestidos cubiertos con plásticos. Tal vez se trate de una modelo que deba desfilar para algún cliente.
Olly camina arriba y abajo, nerviosa. Trata de mantener la calma. Ha elegido con esmero todos los detalles de su indumentaria. Viste un par de pantalones blancos preciosos, una camiseta y una cazadora ajustada de color lila con un gran cinturón. Lleva una carpeta con varios dibujos y fotografías impresas en un soporte rígido. Y, claro está, el curriculum que mandó con anterioridad junto a la solicitud para poder realizar las prácticas. El corazón le late a toda velocidad. ¿Cómo irá la entrevista? Quién sabe cuántas preguntas le harán. A pesar de que pagan una miseria por las prácticas, éstas pueden suponer una buena ocasión para ella. Pasar unos meses allí, trabajar en alguna campaña, ganarse la simpatía de alguien, todo eso podría abrirle numerosas puertas. Incluso la posibilidad de conseguir un trabajo de verdad. Ojalá.
La chica de color se levanta del sofá. Una de las dos recepcionistas le ha indicado que se acerque con un ademán. Olly consigue oír lo que dicen: la están esperando en el piso de arriba. Se vuelve y les dice a las mujeres que están con ella que la sigan. Acto seguido, empieza a subir la escalera con unos movimientos elegantes e inequívocos.
Caramba, piensa Olly, es despampanante. Pero ¿y yo? ¿Cuándo me tocará a mí? Mira el reloj. Son ya las seis. Me dijeron que viniera a las cinco y media. Uf. Hasta los zapatos empiezan a dolerme. Los llevo puestos desde esta mañana. No estoy acostumbrada. Los tacones son demasiado altos. Lanza una última ojeada a la modelo, que en esos momentos desaparece en lo alto de la escalinata. Menuda suerte tiene de llevar zapatillas de deporte. Pero ella tiene la vida resuelta. Ya trabaja.
Al cabo de unos instantes, una de las dos recepcionistas se asoma.
Perdone, señora Crocetti
Olly se vuelve. -¿Sí?
Acaban de avisarme de que puede usted subir. Egidio Lamberti la está esperando. Suba y llame a la primera puerta de la derecha. De todas formas, el nombre está escrito en la placa -y le sonríe de manera afable, aunque circunspecta.
Olly le da las gracias y empieza a subir. Egidio. Menudo nombrecito. ¿Quién será? ¿Un tipo del año mil antes de Cristo? Más que un nombre, es una antigualla. Mientras sube tropieza con la carpeta, que ha golpeado un escalón. Olly se vuelve para ver si en el vestíbulo alguien se ha dado cuenta. Como no podía ser menos, las dos señoras que están sentadas en el sofá, sí. La escrutan. Olly se vuelve de nuevo hacia adelante. Se sobrepone. No, no quiero saber qué cara han puesto o si se están riendo de mí. No quiero que esas dos tristonas almidonadas me traigan mala suerte. Así pues, prosigue su ascenso con la cabeza bien alta. Llega al piso de arriba. Mira a su derecha. Ve la puerta y la placa: «Egidio Lamberti.» Llama con delicadeza. Nadie responde. Llama de nuevo, esta vez con un poco más de energía. Sigue sin haber respuesta. Prueba por tercera vez, pero en esta ocasión lo hace con demasiada fuerza. Se mete la mano en la boca como diciendo: «¡Huy, qué exagerada!» Por fin oye una voz en el interior.
Menos mal Entre, entre
Olly arquea las cejas. ¿Por qué «menos mal»? No es culpa mía que me haya hecho esperar más de media hora. Yo he llegado puntual. Más aún, con antelación. Por si fuera poco, menuda voz, nasal. Qué sensación tan espantosa.
Baja el picaporte poco a poco.
¿Se puede?
Mantiene la puerta entreabierta durante unos segundos y asoma sólo la cabeza para echar un vistazo. Espera una señal, algo, en plan «por favor». Pero nada. Entonces hace acopio de valor, abre la puerta de par en par, entra y la cierra a sus espaldas.
Detrás de una mesa de cristal muy grande hay un hombre de unos cuarenta años, con entradas en la frente y unas gafas de montura muy llamativa. Va vestido con un suéter fino de color rosa, una camisa roja debajo y un sombrero tipo borsalino de cuadros en la cabeza. Está sentado y concentrado en la pantalla de un Mac. Debe de tener unos cuarenta años. El nombre le sienta aún peor, piensa Olly.
El tipo no alza la mirada, sino que se limita a hacer un gesto para indicarle que se acerque.
Olly da algunos pasos, vacilante.
Buenos días, me llamo Olimpia
Ni siquiera le da tiempo a decir su apellido.
Sí, sí, Crocetti, lo sé -le dice él, siempre sin mirarla-. Fui yo quien concertó la cita, así que supongo que, cuando menos, debo de saber cómo se llama, ¿no? Siéntese. Olimpia, vaya nombre
El corazón de Olly late cada vez con más fuerza. ¿Qué pretende? ¿No le gusta el nombre de Olimpia? Pues anda que el suyo De nuevo, esa terrible sensación. No, no, no. Así no. Reponte. Ánimo. Respira, venga, que no es nada. Lo que pasa es que está enfadado, quizá haya dormido poco, haya comido mal, no haya hecho el amor esta noche o a saber desde cuándo, pero no por eso deja de ser un hombre Ahora me lo trabajaré un poco. Olly cambia de expresión y adorna su cara con la mejor de sus sonrisas. Seductora. Abierta. Serena. Intrigante. La sonrisa de Olly al ataque.
Bien. He venido para solicitar un período de prácticas Sería un honor para mí
Claro que sería un honor para usted, somos una de las casas de moda más importantes del mundo -y sigue tecleando en el ordenador sin mirarla.
Olly traga saliva. Extrasuperterrible sensación. No. En su caso no se trata de un mal día. La acidez es suya. Sí. Tiene uno de esos caracteres difíciles y estresados, una persona que trabaja demasiado, que se pasa la vida en el despacho y que jamás se relaja. Pero lo conseguiré. Tengo que hacerlo.
Cierto. Precisamente por eso los he elegido a ustedes
No, usted no nos ha elegido a nosotros. A nosotros no se nos elige. Somos nosotros los que elegimos -y esta vez alza los ojos de la pantalla del ordenador y la escruta. Así, directo, sin preámbulos.
Olly nota que sus mejillas enrojecen. Y también la punta de las orejas. Menos mal que no se ha recogido el pelo, porque de ser así se notaría. Inspira profundamente. Lo odio. Lo odio. Lo odio. Pero ¿quién es este tío? ¿Quién se ha creído que es?
Justo. Es obvio. Sólo decía que
Usted no tiene nada que decir. Debe enseñarme sus trabajos y punto. Ellos hablarán por usted Vamos -dice, y hace un ademán apremiante con la mano-. Ha venido para eso, ¿no? Veamos qué es lo que sabe hacer y, sobre todo, cuánto tiempo perderemos con usted.
Olly empieza a inquietarse de verdad. Pero resiste. A veces es necesario saber encajar las cosas para obtener lo que se desea. Es inútil enfrentarse con él ahora, pese a que es un verdadero capullo Inspira de nuevo. Coge la carpeta y la abre sobre la mesa. Saca sus trabajos. Varios diseños realizados con diferentes técnicas, algunos también de vestidos. Y luego las fotografías. De Niki. Diletta. Erica. De desconocidos en la calle. Retratos. Escorzos. Paisajes. Los pasa uno a uno para enseñárselos a Egidio. Él los va cogiendo, los hace girar varias veces y desecha algunos con aire desdeñoso. Masculla algo entre dientes. Olly no consigue entenderlo, se esfuerza y se inclina un poco sobre la mesa.
Mmm Banal Previsible Horrendo Semipasable -Egidio dispara una retahíla de adjetivos en voz baja mientras va examinando los trabajos.
Olly se siente desfallecer. Sus trabajos. El fruto de tanto esfuerzo y fantasía, de noches en blanco, de intuiciones captadas al vuelo con la esperanza de tener al alcance de la mano papel y lápiz o la cámara fotográfica, tratado así, con arrogancia, peor aún, con desprecio, por un tipo que se llama Egidio y que se viste de rojo y rosa. Como un geranio. Llegan al último. Una reelaboración con Photoshop de una de las últimas campañas publicitarias de una casa de modas. De la casa de modas donde se encuentra ahora mismo, para ser más exactos. Egidio la mira. La observa. La escruta. Y masculla de nuevo entre dientes.