Un silbido admirativo sonó a través de mis altavoces. Láufer andaba jugando de nuevo con los efectos especiales.
– Una cosa así no tiene precio… -manifestó Cávalo.
– No, no lo tiene -siguió Roi-. En 1716, el zar Pedro I el Grande visitó en su palacio berlinés al nuevo rey prusiano, Federico Guillermo I, hijo del anterior, y quedó maravillado por el Salón de Ámbar. Federico Guillermo, que estaba en guerra con Suecia por el gran territorio de la Pomerania; le regaló el salón a Pedro a cambio de un ejército de granaderos armados.
– Parece que la Operación Pedro el Grande tiene mucho que ver con todo esto. Por lo menos, coincide significativamente el nombre de uno de los protagonistas.
– Es indudable -sentenció nuestro informador-. El salón fue temporalmente instalado en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, ciudad que, como sabéis, fue fundada por este zar en 1703 y convertida por él en capital de Rusia en 1715. Al poco tiempo, fue trasladado al Palacio de Katarina, en la actual localidad de Pushkin, conocida entonces como Tsarskoie Selo, o ciudad de los zares. Esta ciudad también había sido fundada por Pedro a principios del siglo xvm, a unos veinticinco kilómetros de la capital, y regalada con posterioridad a su esposa Catalina, que mandó construir allí un pequeño palacio utilizado desde entonces como Palacio de Verano por la familia imperial. Sin embargo, los paneles de ámbar del Báltico eran insuficientes para recubrir la totalidad del nuevo espacio que le había sido destinado, así que el artista Cario Rastrelli y su ayudante Martelli trabajaron durante cinco años para remodelar y adaptar el salón barroco original a su nueva ubicación, enriqueciéndolo con increíbles elementos ornamentales, como el cielo raso abovedado bañado en oro o el suelo de maderas tropicales con incrustaciones de nácar.
El mismo silbido de admiración volvió a escucharse repetidamente por los altavoces.
– Y ya sólo queda añadir que, en octubre de 1941, tras la captura de Leningrado por el ejército alemán, el Salón de Ámbar fue desmontado y, como tantos otros tesoros de la antigua San Petersburgo, trasladado a la ciudad que todos ahora conocemos tan bien: Kónigsberg, capital de la Prusia Oriental.
– ¡Kónigsberg! -escribió Donna entre admiraciones.
– ¡El reino de Koch! -la imitó Cávalo., -Según mis notas -terminó Roi-, la última vez que se vio el Salón de Ámbar fue a finales de agosto de 1944, en el palacio de Kónigsberg.
– El 31 de agosto de 1944 tuvieron lugar los bombardeos aliados sobre la ciudad – recordé yo.
– DE MODO QUE EL SALÓN DE ÁMBAR FUE ROBADO Y ESCONDIDO POR KOCH Y LA OPERACIÓN PEDRO EL GRANDE ESTABA DESTINADA A RECUPERARLO. PARA EL PUEBLO RUSO ESTA OBRA DE ARTE ES COMO LA TORRE EIFFEL PARA LOS FRANCESES O EL COLISEO PARA LOS ITALIANOS. NADA SERÍA MÁS IMPORTANTE QUE TENERLA DE NUEVO EN CASA. -Hasta el punto -añadió Roi- de estar construyendo una réplica en la misma estancia del palacio de Tsarskoie Selo. Un grupo de especialistas, carpinteros y escultores trabajan en la reconstrucción del salón a partir de fotografías en blanco y negro de 1936. Es más, como es imposible conseguir el precioso material anaranjado con el que se construyó originalmente, han elaborado diversos métodos para tintar el ámbar, como el de hervir los paneles con miel.
– ¡Pero si Rusia está en bancarrota! -se escandalizó Rook-. ¡No pueden permitirse semejante dispendio!
– Por lo que yo sé, los trabajadores y responsables del proyecto no cobran el sueldo desde hace bastantes años, pero no les importa. Es mucho más importante para ellos volver a tener el Salón de Ámbar. Aunque sea una copia.
– Es evidente que Melentiev no consiguió la tan deseada confesión del preso de Barczewo -declaró Donna.
– No -repuse-. Pero averiguó la existencia de un cuadro pintado por Koch en el que podía encontrarse la clave para hallar el escondite del salón y, probablemente, del resto de los tesoros del gauleiter. Quizá se lo dijo el mismo Koch antes de morir y Melentiev se guardó el secreto a la espera de poder quedarse con todo.
– Pero Melentiev es rico… No le hace falta más.
– Nunca se tiene suficiente -comentó despectivamente Rook.
– Quizá lo que desea es el salón -prosiguió Cávalo, dándole vueltas al tema-. Imaginaos que fuera él quien lo encontrara y lo restituyera a su país: el hombre que lograra algo así obtendría un profundo reconocimiento nacional y podría hacerse fácilmente con la presidencia del país o algo por el estilo. Quizá desea poder político.
– Opino como Cávalo -confirmé-. Melentiev no está interesado en los tesoros de Koch. Sólo quiere el Salón de Ámbar. Es ruso y, aunque corrupto y mafioso, recuperarlo sería un orgullo para él.
– ¿Y por qué ha esperado hasta ahora para contratarnos y conseguir el cuadro de Krilov?
La pantalla quedó momentáneamente detenida y vacía.
– PORQUE SOMOS LOS MEJORES -repuso Láufer con humor-. EN CUANTO OYÓ HABLAR DE NOSOTROS, SUPO QUE HABÍA LLEGADO EL MOMENTO DE ACTUAR.
Unas carcajadas activadas por él mismo corearon su afirmación, pero, acto seguido, se escuchó con inequívoca claridad un largo y estruendoso rebuzno.
– ¿ QUIÉN HA SIDO EL GRACIOSO, EH?
Por toda respuesta, una rosa encarnada ascendió por la pantalla blanca exhibiendo un letrero quedecía:PARA LÁUFER.
– ¿CONQUE HAS SIDO TÚ, VERDAD, DONNA? -exclamó ofendidísimo el genio informático, olvidando que había sido él quien le había enviado a ella la misma rosa encarnada en otra ocasión-. NO SABÍA QUE TUVIERAS SENTIDO DEL HUMOR.
– No tienes por qué saberlo todo -respondió despectivamente Donna, acompañando su afirmación con una ristra de «Jas» que ocuparon unas dos o tres líneas.
Si yo hubiera sido Donna, ni loca me habría aventurado a tanto. No me cabía ninguna duda que la cabeza de Láufer ya estaba maquinando el peor de los desquites. Pero Donna era una italiana de bandera, una especie de Anna Magnani pasional e irreductible, alguien incapaz de dejarse pisar y olvidarlo.
– Bueno, ya estoy harto -exclamó Roi-. Láufer, Donna… ¡Por favor!
– VALE. TRANQUILO.
– ¿Y la segunda palabra del mensaje de Koch, Gauforurní -interrumpí por las bravas.
– Eso, Gauforum, ¿qué quiere decir? -preguntó también Cávalo.
– EL GAUFORUM -comenzó a explicar Láufer a regañadientes- ERA EL VIEJO LANDESMUSEUM, EL MUSEO PROVINCIAL DE WEIMAR. DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL… ATENCIÓN A ESTO… ¡FUE LA RESIDENCIA PARTICULAR DEL GAULEITER UND REICHSSTATTHALTER FRITZ SAUCKEL!, PERO QUEDO PRÁCTICAMENTE DESTRUIDO POR LOS BOMBARDEOS ALIADOS. O SEA, EN RUINAS…EN 1954 FUE SUSTITUIDO POR EL MODERNO STADTMUSEUM Y EN LA ACTUALIDAD ESTÁN A PUNTO DE CULMINAR LAS OBRAS DE RESTAURACIÓN QUE VAN A CONVERTIRLO EN EL NEUES MUSEUM, ES DECIR, EN EL «NUEVO MUSEO». SU INAUGURACIÓN ESTÁ PREVISTA PARA EL PRÓXIMO 1 DE ENERO, DENTRO DE TRES MESES, CON MOTIVO DE LA NOMINACIÓN DE WEIMAR COMO CAPITAL EUROPEA DE LA CULTURA. POR LO QUE HE PODIDO VER EN EL PROYECTO, DEL VIEJO EDIFICIO SÓLO SE HA RESPETADO LA FACHADA. EL INTERIOR, QUE ERA UN PUÑADO DE ESCOMBROS, HA SIDO COMPLETAMENTE RECONSTRUIDO.
– ¿Quieres decir que ya no existe? -me sorprendí.
– NO, YA NO EXISTE.
Mis dedos quedaron paralizados sobre el teclado. De repente no sabía qué decir. Era desesperante comprobar que tantos días de febril actividad habían quedado reducidos a cenizas en menos de un segundo. El mensaje secreto de Koch tenía sólo tres palabras: la primera, Bernsteinzimmer, indicaba el qué; la segunda y la tercera, Weimar y Gauforum, indicaban el dónde. Pero ahora resultaba que el viejo Gauforum de Sauckel ya no existía y que el salón podía estar perdido de nuevo para siempre puesto que el edificio que supuestamente lo contenía había sido derruido. «¡Maldita sea!», pensé. La inmovilidad de la pantalla revelaba que mis compañeros estaban tan desconcertados y abatidos como yo.